Cultura Patagonia: Los Patagones

Creado por Dante Quinterno, el día 11 de octubre de 1945 apareció, en su propio semanario, un nuevo personaje: «Patoruzito. El mismo surgió como una figura para un público más infantil que el ya popular «Patoruzú», también de Quinterno. (Caricatura Indio Patagon)

En la poca variada región meridional de nuestro país, la Patagonia ha sido poblada por agrupaciones aborígenes diferenciadas en cada uno de los sectores de este amplio territorio.

A la clasificación conocida desde mediados del siglo pasado, que dividió a los pobladores en dos zonas, la meridional y la septentrional, conviene, por razones didácticas, estudiar con los elementos de juicio realmente aportados por los investigadores hasta ahora, al patagón, como una sola raza.

Alto, bien proporcionado, medía la excepcional altura de 1,75 metros que fue sorpresiva para los cronistas.

Su aspecto general era bueno. De contextura robusta, piel cobriza oscura, cabellos negros, lacios, nariz aguileña, ojos grandes, pómulos salientes.

Los patagones no se dedicaron a la agricultura, pero utilizaron especies silvestres como elementos de su dieta vegetal. Preparaban comidas muy variadas con los frutos del calafate, del ribes, de las vainas del algarrobo y de las frutillas, así como también bebidas alcohólicas.

Los indígenas que bordeaban las costas aprovechaban las riquezas marinas para su alimento. Sin embargo, la sustancia fundamental para ellos era la carne del guanaco y choique, por lo que la caza constituía su actividad principal.

La caza.

Musters, da la siguiente relación con respecto a la actividad de la caza: «El orden de la marcha y el método de caza que constituye la rutina diaria son como sigue: el cacique, que tiene la dirección de la marcha y de la caza, sale de su toldo al romper el día varias veces antes, y pronuncia una fuerte alocución describiendo el orden de marcha, el sitio señalado para la cacería y el programa general; luego exhorta a los jóvenes a que vayan a apresar y traer los caballos, y a que sean vivos y activos en la caza, y refuerza luego sus exhortaciones por vía de conclusión con una jactanciosa relación de sus proezas cuando era jóven.

Se empieza la caza de la siguiente manera: parten dos hombres y recorren el contorno de una superficie de terreno que está en proporción con el número de los de partida, encendiendo fogatas de trecho en trecho para señalar su paso.

Pocos minutos después se despacha otros dos, y así sucesivamente hasta que sólo quedan unos cuantos con el cacique. Estos se esparcen formando una media luna, y van cerrando y estrechando el círculo sobre un punto al que han llegado ya los que partieron primero.

La media luna se apoya en la línea que forma la lenta caravana de mujeres, criaturas y caballos de carga. Los ñandúes y las manadas de guanacos huyen de la partida que avanza, pero le cierran el paso los ojeadores, y cuando el círculo queda completamente cerrado se les ataca con las bolas, persiguiendo muchas veces dos hombres el mismo animal por diferentes lados.

Los perros ayudan también en la persecución, pero tan rápidos y diestros son los aborígenes con las boleadoras que a menos que hayan perdido esta arma o que sus caballos estén cansados, los perros no tienen mucho que hacer».

Variantes en la alimentación.

Primero comían la carne cruda. Pero estas costumbres fueron variando, algunos cronistas apuntan que la asaban, seguramente esta actitud la imitaban de los conquistadores.

Según De la Cruz «Cuando la res es tierna, la degüellan, levantándola entre las manos. Luego le amarran el gollete, para que retroceda la sangre a las entrañas; dejan pasar un rato, la abren, y sacan sobre caliente el hígado y el corazón hinchados con grandes pedazos de sangre, y en el momento se lo comen, ponderando su delicadeza: esta muerte la llaman ñachi».

Musters nos cuenta la forma de cocinar los huevos de ñandú, «Se coloca al huevo derecho, con un agujero abierto en la parte superior, por el que se introduce un palito para revolver la yema y la clara y se le echa un poco de sal; luego se le hace girar para que cueza por igual en todas sus partes».

Este mismo cronista nos dice que los patagones eran previsores en su economía familiar. Cuando la carne abundaba, la secaban al sol, convirtiéndola en charque. Por ejemplo las ancas de un guanaco se cortaban en rodajas finas, y después de echarle un poco de sal secaba al sol. Cuando estaba bien seca, se la asaba al rescaldo, apretada entre dos piedras y mezclada con grasa de ñandú o de otro animal.

«Esta preparación como el pemmican -agrega Musters- es muy conveniente para el que hace un largo viaje porque ocupa poco lugar y un simple puñado satisface el apetito».

Desecaban también los vegetales, especialmente las raíces.

Además de dedicarse a la bebida, que conseguían mediante trueques de sus cueros, en la época de degradación, de los favores de sus esposas e hijas, fumaban tabaco cedido por el mismo sistema de trueques de los blancos o bien una madera triturada y tallos vegetales y yerbas desecadas y molidas.

Vivienda

En cuanto a su vivienda, el hábito nómade los obligó a valerse de simples toldos fácilmente transportables.

Viedma dice que en verano: «Los toldos los ponen clavando en tierra dos palos de dos varas de alto, y a igual distancia, clavan otros dos mas cortos, y al oeste de los seis clavan seis mas cortos a la misma distancia, y al oeste de éstos con igual distancia otros seis de poco mas de media vara de largo.

Sobre estos dieciocho palos echan el pelo con el cuero para afuera, y lo aseguran a las cabezas de todos los palos, de los cuales cuelgan como cortinas de cuero hasta el suelo por el noreste y sud, dejándole siempre la puerta al este de toda la anchura del toldo, el cual queda como si fuese una cueva ovalada».

Vestido.

A manera de vestido los patagones usaban taparrabo. Sobre el cuerpo se ponían un gran manto de piel con el pelo para adentro. Cuando iban de caza no usaban este atuendo.

Las mujeres también se ponían este manto. A medida que conocieron a los europeos, reemplazaron este atuendo por telas livianas, que recorrían de los hombros hasta los tobillos.

Los niños, en cambio, no tenían vestido alguno hasta los nueve años, aproximadamente, pero en invierno se les untaba el cuerpo con grasa de ñandú para sentir menos los efectos del frío.

Labor femenina.

Los cueros citados en las vestimentas eran, habitualmente, de guanaco, pero también usaron los de zorro, puma, gato montés, zorrino, ñandú.

La industria del vestido la practicaba la mujer: «Cuando la manta es grande no se la cose toda de una vez, así cuando la mitad está concluída, se la estaquilla y se le aplica la pintura de la siguiente manera: se humedece un poco la superficie, luego una de las mujeres toma una pastilla o pedazo de ocre coloreado, si este va a ser el color de fondo, y mojándolo aplica la pintura con cuidado.

Una vez terminado el fondo, se pinta con la mayor precisión el dibujo de motitas negras y rayas azules y amarillas, en las que las mujeres trabajan todo el día con la perseverancia mas asidera.

Concluido esto, se pone a secar la piel durante la noche, y se termina debidamente la otra mitad y las alas, que sirven de mangas; después se junta todo y una vez terminado el trabajo, la piel presenta una superficie compacta».

Previo a esta operación descripta por Musters, los cueros habían sido estaqueados con espinas de algarrobo, limpiándolos con una suerte de raspador de piedra y untado con grasa o hígado, hasta conseguir un total ablandamiento.

Se calzaron con trozos de cuero de guanaco, que se doblaban en sus bordes, sujetándolos con cerdas sobre el empeine. Paja agrupada entre la piel del aborígen y el cuero, disimulaba la rugosidad del cuero de las toscas abarcas.

Precisamente de este calzado deriva la denominación de los indígenas, porque sus pies cubiertos con el material y en la forma descriptos dejaban pisadas enormes que impresionaban vivamente a los expedicionarios comandados por Magallanes.

Claro que cuando usaron los caballos para su transporte, evolucionó consecuentemente su calzado: «Sus botas o borceguíes de potro se hacen con piel de covejón del caballo, y a veces, con las patas de puma grande, estirada hasta la rodilla y atada alrededor del pie y luego se las corta con ligas hechas de fajas tejidas de vistosos colores, a los que es de rigor para los jefes, de cuero y con grandes hebillas de plata».

Bota con pelo y calzado realizado con las patas delanteras del guanaco usaron las mujeres y los niños respectivamente.

Peinado y Pinturas.

Los hombres usaban los cabellos largos y cuidados -cuidado que corría a cargo de sus mujeres- en los cuales, en tiempo de guerra, escondían el arco y la flecha.

Las mujeres en cambio, se trenzaban en dos campos de largos rizos, que llegaban hasta la cintura.

Ambos, hombres y mujeres, usaban el tatuaje en el antebrazo, que se realizaba por medio de la introducción de punzaciones, de tierra de color azulado.

Los patagones nunca usaron sus rostros al natural. En tiempos de guerra se pintaban la cara de rojo, con una variante azul debajo de los ojos y blanco sobre ellos.

Mientras las mujeres usaron adornos en los cabellos con diversos motivos labrados en metal, los hombres adultos llevaron plumas de ñandú en forma de diadema. Los arcillos de las orejas y las perforaciones nasales, atravesadas con pequeños vástagos de hueso o piedras, fueron moda durante las primeras épocas.

La depilación de mujeres y hombres se realizaba por medio de pinzas o valvas.

Manualidades.

La alfarería patagona era rudimentaria. Con una simple motivación decorativa confeccionaban vasijas de formas relativamente elegantes. El trabajo que realizaban sobre piedra fue para confeccionar cuchillos, raspadores, puntas de flecha, boleadoras y pipas.

Las hachas confeccionadas sobre piedra -canto rodado conseguido a orillas de la costa- tiene un significado religioso. Parecía que no se la uso, como ocurrió en otras culturas, para las necesidades diarias.

Los patagones no se dedicaban al tejido ni al labrado de metales. En cambio, en forma rudimentaria, tallaron madera, para confeccionar cucharas, platos, pipas y monturas.

Para la descripción de la confección de esta última recurrimos a Musters: «Se parte en dos un pedazo de madera por el medio, y con azuela pequeña se le da el tamaño y el grosor necesario para que forme a los costados o aletas; diestramente adaptadas a la forma del lomo del caballo, se abre agujero en cada extremo de las aletas, y a ellas se ata con cuero después de reducirlo al tamaño requerido, los fustes formando con angulares de árbol».

En la organización social, los patagones conservaron el principio de la división del trabajo, por módulo sexual. Los hombres se especializaron en la caza, la fabricación de armas para la guerra y la actividad bélica.

Las mujeres permanecían en la casa, y a las actividades comunes de atención del hogar, sumaron la industria de pinturas, el curtido dd pieles, por los sistemas antes descriptos, y la confección de mantas.

Para el matrimonio predominaba el mutuo acuerdo. «Si los padres consideraban conveniente el enlace, el novio, tan pronto como las circunstancias lo permitían, se viste con las mejores prendas, monta su mejor caballo, engalanándolo con adorno de plata si los tiene y se dirige hacia el toldo de su prometida, donde hace entrega de los dones.

Los padres de la novia hacen entonces regalos de igual valor, que en caso de rompimiento -caso raro-, pasarán a ser propiedad de la novia. Después de esto, el novio escolta a la novia hasta su toldo en medio de las aclamaciones de sus amigas y los cánticos de las mujeres».

A esta información de Musters cabe agregar que el nuevo toldo de la pareja era confeccionado por las amigas de la novia y la madre de ésta.

Continuamos con el relato de D´orbigny: «Los adivinos comienzan a dar consejos al marido sobre la conducta que debe seguir con su mujer, sobre sus deberes; luego hacen lo mismo con ellas predicándole la sumisión, la primera de las virtudes que se exige de ella en su nuevo estado.

Una vez na vez que todos los consejos han sido dados, los adivinos con los parientes cantan y danzan en torno de la tienda, ejecutando una música diabólica con grandes calabazas, o soplando en grandes coquillas.

Los hombres, en ese intervalo encienden un gran fuego y hacen asar carne, de la que ofrcen de tiempo en tiempo algunos pedacitos a las esposas, haciéndoles nuevas recomendaciones.

La noche pasa así y en la mañana siguiente, no se consideran definitivamente casados hasta que todos los habitantes de la toldería los han invitado en el lecho.

En seguida los nuevos esposas gustan adornarse con todo lo mas precioso que ella ha recibido de su marido.

Así se pone los grandes aros, y la mayor alegría que ella pueda experimentar es si su marido, imitando a los Ancas, le ha regalado un casquete de perlas de vidrio de color, enfiladas en tendones de ñandú (el único hilo de los patagones) y reunido en mallas como una red.

Entonces recibe la visita de otras mujeres y de jóvenes de su sexo que la admiran. Sus alhajas consisten en brujerías de vidrio. Si tiene un caballo, lo ensilla, lo adorna con lo que posee y va así a pasearse, luciendo todas las riquezas a los ojos de las vecinas».

En tanto el patagón común acostumbraba a tener una sola esposa, los caciques y los pudientes tenían derecho a poseer cuantas mujeres económicamente estuviesen dispuestas a sostener.

Trato a la niñez.

Muy importante resulta destacar el trato que se dispensaba a los niños. Un trato delicado, al punto de tolerarse las ocurrencias mas contradictorias nos aporta el siguiente texto de Musters: «Movidos por el espíritu de la maldad que parece dominar siempre a los chicos, especialmente a los chicos indios, vinieron a pedirme un fósforo.

Sin sospechar su propósito, les di la codiciada presa, con la que se alejaron apresuradamente entusiasmados, y al cabo de muy pocos momentos habían pegado fuego al ralo y marchito berbaje, a alguna distancia del toldo, pero al lado del viento.

Al principio no advertimos el peligro del incendio, pero al oscurecer, la conflagración era visiblemente peligrosa. Por lo que todos tuvimos que poner manos a la obra, y a fuerza de arrancar el pasto, con gran trabajo contuvimos a los progresos del fuego que, ayudado a la noche por la brisa, probablemente hubiera consumido el toldo y puesto en peligro a sus ocupantes.

De los culpables no se culpó a nadie, al parecer se consideraba lo ocurrido como uno de los tantos incidentes de la vida diaria».

Había una serie de pruebas de educación infantil, que debían realizarse con control preciso de los mayores: el ejercicio de la caza, la presecncia de los menores en el campo de batalla, etc.; se completaba con el duelo personal cuando llegaban a los veinte años, época que pasaban a integrar el grupo de los adultos.

Estracta: Libro «Ventisquero» de Silvia María de Lourdes Parisi y César Augusto Gribaudo.

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