Reportaje a Gonzalo Chávez: Plaza ensangrentada

El 16 de junio de 1955 la aviación naval y aparatos a reacción de la Fuerza Aérea bombardearon la plaza más emblemática de la República. Los nombres de los muertos y heridos de aquellos hechos fueron durante años “desaparecidos” de la historia. Chávez se propuso devolverles la identidad a partir de un minucioso relato que plasmó en su libro “La masacre de Plaza de Mayo”.

El 16 de junio de 1955 la aviación naval y aparatos a reacción de la Fuerza Aérea bombardearon la plaza más emblemática de la República. Los nombres de los muertos y heridos de aquellos hechos fueron durante años “desaparecidos” de la historia. Chávez se propuso devolverles la identidad a partir de un minucioso relato que plasmó en su libro “La masacre de Plaza de Mayo”.

Gonzalo Chávez es un escritor de La Plata que se forjó en la lucha política durante los años de la resistencia peronista

Gonzalo Chávez es un escritor fraguado en la lucha política durante los años de proscripción del peronismo. Nació en La Plata en 1939 y desde muy joven, “por mandato paterno”, integró la denominada Resistencia Peronista. Su padre, un suboficial del Ejército argentino que participó del alzamiento del general Valle, fue asesinado por la Triple “A” luego de la muerte del general Perón. Conoció el exilio y la persecución por su condición de militante de la “Generación del Retorno”, como prefiere llamar a los jóvenes de los años setenta.

“La masacre de Plaza de Mayo” (Ed. De la Campana, 2005) es el motivo de este reportaje, un libro que como dice en su prólogo Miguel Bonasso, “es la reparación de un olvido maliciosamente perpetrado por una historia oficial experta en cultivar la desmemoria”.

 

“Los aviadores estamparon sobre el fuselaje de sus aviones el signo de Cristo Vence para justificar los crímenes de lesa humanidad que cometieron”.

-Pasó más de medio siglo, y continúa siendo un hecho casi perdido en la memoria y en la historia de los argentinos, cuando en verdad representa una de las masacres más brutales que cualquiera pueda imaginar.
-Esta es la razón, precisamente, que motivó la escritura de mi libro. Cuando se cumplieron los cincuenta años de la masacre, el diario La Nación puso el énfasis en recordar la quema de las Iglesias, que se produjo ese mismo día, luego de que cayeran las bombas, y cuyos autores muy probablemente fueron los propios enemigos de Perón para exacerbar el enfrentamiento con los sectores católicos, pues no hubo una sola iglesia quemada en los barrios y en las afueras de Buenos Aires o de ninguna otra ciudad. Lo que reflejó La Nación es consecuencia de una mirada sobre la historia nacional llena de silencios como el silencio que por años reinó en torno a la masacre de la Plaza de Mayo.

-¿Cúal es la cronología de aquel 16 de junio del ´55?
-A las seis de la mañana en la base aeronaval de Punta de Indio los militares sediciosos ya estaban preparados para iniciar el bombardeo sobre la Casa Rosada con el objeto de asesinar al general Perón. A las nueve despegaron y en virtud de que las condiciones meteorológicas habían empeorado debieron cruzar hasta el Uruguay, donde sobrevolaron la ciudad de Colonia durante varias horas a la espera de que mejoraran las condiciones del tiempo. Al mediodía, para ser más exactos a las 12:40, el capitán de fragata Néstor Noriega da la orden de bombardear. La primera bomba la tira él que cae sobre la plaza. En ese mismo instante, un trabajador de la Aduana, Juan Carlos Marino, que viajaba todos los días desde Morón a Buenos Aires, asomaba en la salida del subte que da sobre la plaza. Es alcanzado por una esquirla y es el primer trabajador en caer asesinado.

-¿Cuántos aviones intervinieron en el bombardeo?
-La aviación naval contaba con seis aparatos Beechcraft. Estaban armados con una bomba de cien kilogramos cada uno. Detrás de estos aviones una formación de North American, al mando del capitán de corbeta Santiago Sabarots, integrada por catorce aparatos con cuatro bombas de cincuenta kilos, hicieron la segunda pasada. También actuaron algunos aviones a reacción de la Fuerza Aérea.

-Las bombas cayeron en un amplio perímetro y muy pocas en la Casa de Gobierno.
-Sí, al punto que la tercera bomba dio de lleno sobre un trolebús que circulaba por detrás de la Casa Rosada. Penetró limpiamente el techo de vehículo y aunque no estalló fue suficiente el vacío que provocó para causar la muerte de alrededor de cincuenta personas y un grupo de niños que iba a la escuela.

-¿Su libro es el primero que indaga en torno a estos hechos?
-Durante mi investigación encontré varios artículos en la revista Primera Plana y en otras revistas de los años setenta. Hay un libro, de Alberto Carbone, “El Día que bombardearon Plaza de Mayo”, publicado en 1997, que no tuvo gran difusión. El autor no relata todos los hechos pero tiene mucho valor porque incorpora una serie de entrevistas a militares implicados en la masacre de enorme relevancia. Los dichos, por ejemplo, de un marino, cuyo nombre el autor no lo revela, demuestran una lógica implacable en obvia conexión con lo que sucederá años después durante el Proceso: “La masacre de Plaza de Mayo es una mentira, no existió” le dice este marino a Carbone, que a cartón seguido le pregunta: “¿Usted alguna vez encontró una lista de los muertos, una placa, un monumento? Nada existió. Si hubiera existido Perón ponía a las viudas en la Plaza de Mayo”.

 

Los aviones de la Marina y de la Fuerza Aérea mataron alrededor de cuatrocientas personas y dejaron un saldo de un millar de heridos y mutilados.

-Seguramente se habrá preguntado muchas veces por qué el 16 de junio fue silenciado durante tantos años.
-Mire, hay varias causas del silenciamiento: una de las causas, la más inmediata, es que a los tres meses se produce el triunfo de la Libertadora y eso legitimó el bombardeo. Ellos mismos lo dicen cuando aseguran, en distintas publicaciones, que sin el 16 de junio no hubiera habido un 16 de septiembre. En consecuencia se produce una enorme distorsión histórica que llega, en cierta forma, hasta nuestros días. El otro motivo es la actitud del propio Perón, que busca tender una mano de paz después del bombardeo, en un gesto que no es comprendido por el resto de las Fuerzas Armadas. Todo lo contrario. Se lo interpreta como un gesto de debilidad. El gobierno constitucional podría haber aplicado con toda severidad el Código de Justicia Militar y haber fusilado a los responsables de la masacre. No lo hizo, y tres meses después se produce el golpe que provoca la caída del general Perón.

-El complot para derrocarlo ya estaba en marcha e incluso formaban parte de este proceso hombres muy cercanos al Gobierno.
-Claro, el mismo ministro de Marina, el contralmirante Aníbal Olivieri, que hacía gala de su lealtad a Perón, forma parte de la conspiración. Este personaje, dos días antes del bombardeo, se internó en el hospital Naval y cuando el contralmirante Samuel Toranzo Calderón -jefe del levantamiento- ocupó el Ministerio, Olivieri abandona el hospital con sus dos ayudantes, dos jóvenes tenientes de la Marina que tiempo después serían autores directos del genocidio perpetrado por la última dictadura: Emilio Eduardo Masera y Horacio Mayorga.

-¿Olivieri fue juzgado por su responsabilidad en la masacre?
-El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas lo incriminó y cuando se le preguntó por qué había ido al Ministerio continuó sosteniendo que era leal al Presidente y que sólo había concurrido al lugar para ver qué pasaba. Lo interesante de su declaración -en términos históricos- es que cuando se lo indaga en torno a la participación de Masera y Mayorga pide que a estos oficiales no se los juzgue porque estaban cumpliendo órdenes. Allí aparece el primer antecedente de la obediencia debida.

-¿Se producen enfrentamientos en tierra?
-Unos trescientos hombres de la Infantería de Marina, al mando del capitán de fragata Juan Carlos Argerich, avanzaron desde el Ministerio de Marina -donde hoy funciona la sede de la Prefectura- hacia la Casa Rosada. La heroica resistencia de los granaderos pronto los puso en retirada. Hay un dato para subrayar: los infantes de Marina contaban con armamento moderno de origen belga, que había ingresado en el “Bahía Tetis”, en el por entonces buque escuela de la Armada, y que secretamente fue desembarcado en el apostadero de Río Santiago, lugar donde funciona la escuela de oficiales de la Marina y que en ese entonces dirigía Isaac Rojas. Cayeron en el enfrentamiento quince granaderos que con sus viejos fusiles Máuser de un tiro repelieron el ataque. Recién al cumplirse cincuenta años de estos hechos el Ejército, a través de su jefe, el general Bendini, los recordó y les hizo un homenaje.

-¿Cuándo se produce el segundo bombardeo?
-Alrededor de las tres de la tarde. Los sediciosos, en la madrugada, habían ocupado el aeropuerto de Ezeiza para reabastecerse de combustible y armamento. En Ezeiza se suman tres aviones Catalinas que habían despegado de la base Comandante Espora, aunque según varios investigadores dos de los pilotos de estos aparatos se negaron a bombardear. En ese segundo raid participan los Gloster Meteors de la Aeronáutica

-¿Es decir, entonces, que un sector de la Fuerza Aérea también participó del bombardeo?
-El oficial De la Vega, que toma la base aérea de Morón, es el jefe de los aviadores que aportan los Gloster, los aviones a reacción más poderosos que tenía la Argentina.

-¿Podemos pensar, independientemente del heroísmo de los pilotos que lucharon en Malvinas, que este es el verdadero y a la vez tristísimo bautismo de fuego de la Fuerza Aérea Argentina?
-Lamentablemente sí. Los Gloster no eran aviones bombarderos pero estaban dotados de cohetes y ametralladoras que usaron a discreción sobre distintos puntos de Buenos Aires. Lo hacen sobre la CGT y el edificio donde hoy funciona el Ministerio de Desarrollo Social, en plena Avenida 9 de Julio, donde unos años antes se había llevado a cabo el Renunciamiento de Evita. También desde el aire se ataca la residencia presidencial, de Agüero y Libertador, donde hoy se levanta la Biblioteca Nacional. Allí muere un hombre de sesenta años y dos jóvenes de quince y dieciséis años, un vigilante y una mucama de una casa de los alrededores.

-¿Qué edad tenían esos hombres?
-Eran muy jóvenes, tenían entre 22 y 23 años. Los aviadores militares tienen una carrera muy breve. A los treinta años o un poco más ya no pueden tripular aviones de combate. Se sentían una suerte de cruzados. Sobre el fuselaje de sus aeronaves habían inscripto la insignia Cristo vence, con una “V” y en el centro de ella una cruz, un signo que luego el peronismo transformará para hacerlo propio, con la “V” y la “P” de Perón para significar su retorno, y la lucha, por otra parte, que para ese fin articulará la resistencia peronista y la generación a la que yo pertenezco. Creo, volviendo a lo que me interesa remarcar, que para justificar tamaño crimen sus autores apelaron a un fundamento religioso como tantas veces ha pasado en la historia de la humanidad.

-¿Cuál fue el rol de la oposición en este alzamiento?
-La verdad que la oposición a Perón, vinculada a los grandes intereses de la oligarquía, aparece simultáneamente con el peronismo, ya en el ´46. Sin embargo recién cobrará fuerza y podrá ganar la calle cuando la Iglesia se enfrenta al Gobierno. La fecha clave es el 11 de junio de 1955. Ese día, en la procesión del Corpus Christi, la oposición al Gobierno logra reunir a unas cien mil personas. Durante la marcha se congregan no sólo los católicos sino también los radicales unionistas, los socialistas, el partido comunista e incluso muchos ateos confesos. La marcha termina en el Congreso, donde se quema una bandera argentina para apagar una de las lámparas votiva del parlamento.
-Queda claro, por lo que acaba de decirme, que hubo participación de civiles en la planificación de la masacre.
-El objetivo del bombardeo era matar a Perón en la Casa de Gobierno y junto a los marinos actuaron los denominados comandos civiles que rodearon la Plaza de Mayo aquel 16 de junio bajo el liderazgo de Mario Amadeo. Buscaban instalar un gobierno cívico militar con participación del Ejército, la Marina y la Aeronáutica y con políticos como el unionista Zavala Ortiz, funcionario años después de Artuto Illia, el conservador Adolfo Bichi y el socialista Américo Ghioldi, embajador del Proceso en Lisboa y que ya había participado en el alzamiento del año ´52 contra Perón. También fue un protagonista importante Alvaro Morales, un estudiante encargado de organizar el apoyo de los universitarios y Mariano Grondona, que estaba a cargo de la célula de los Comandos Civiles en la Facultad de Derecho.

-¿Cuántos trabajadores murieron ese día?
-No hay precisión, es decir, no podemos decir que tenemos un número cerrado sobre la base de lo que hemos investigado. Logramos establecer con exactitud el nombre, el documento y el domicilio de más de 350 muertos y 700 heridos. En el local de la CGT, al cumplirse cincuenta años del bombardeo, colocaron una placa con el nombre de los muertos sobre la base de lo que registramos en nuestro libro. No obstante ello, hay firmes presunciones de que los muertos pueden ser un poco más, alrededor de 400, y que los heridos superaron el millar.

-Tengo la sensación de que incluso con el aporte que usted ha hecho con su libro, la masacre del 16 de junio continúa siendo un hecho de escasa relevancia para gran parte de los intelectuales y políticos argentinos.
-Siempre se habló de la masacre pero ciertamente nunca se le dio la dimensión que tenía. Tal vez debido a la primera reacción de Perón que nadie se animó a quebrar. Es más, ni la generación del setenta le dio la verdadera relevancia a estos hechos. De todos modos hay que tener en cuenta que no existieron muchas oportunidades para hablar de este tema ni de articular un relato que pueda garantizar un lugar, el lugar que debe tener, en la memoria de los argentinos. Tres meses después, como ya dije, cayó el gobierno peronista. Luego vino la proscripción, la persecución, la resistencia. Cuando el peronismo vuelve al gobierno, con el doctor Cámpora, se viven apenas 49 días y luego, ya con el general Perón en el poder, comenzamos una etapa donde comienzan a producirse severas convulsiones internas en el seno del propio Movimiento. Poco más tarde ya tenemos el Proceso y su plan genocida, cuya semilla cayó en tierra con las bombas del 16 de junio.

 

El libro de Chávez relata con enorme rigor documental el bombardeo del 16 de junio aunque su propósito es devolverle el nombre y la identidad a los muertos de aquellos hechos.

-¿Quiénes fueron los pilotos que participaron del bombardeo?
-El capitán de fragata Noriega, los capitanes de corbeta De la Canal, Pérez y Gambier, el teniente de navío Masera, los tenientes de corbeta Richmond, Kelly, Moya y Gentile, los tenientes de navío Garavaglia, Sanguinetti, Kiernan y Orsi, los tenientes de fragata García, Mac Dougall y Miranda, los guardiamarinas Pedroni, Grondona, Reindl y Larrosa y el suboficial Aguilar. De la Fuerza Aérea participaron los tenientes primeros Martin y Carus y el teniente Soto.

-Carlos Enrique Carus fue, tal vez, el que demostró la máxima perversidad entre todos los perversos de aquel día.
-El teniente primero Carus, después de la rendición de la Marina, fue el último en pasar sobre la Plaza de Mayo. Tira la última bomba sobre los treinta mil trabajadores que se habían reunido en la plaza. Un dirigente de la CGT, que fue testigo de estos hechos, me dijo que para él habían tirado bombas de NAPALM porque muchos cuerpos estaban carbonizados. A mí me resultó llamativa su deducción, pues estaba casi seguro que todavía esas bombas no habían sido inventadas. Sin embargo hay fotos que muestran cadáveres absolutamente carbonizados. La respuesta la obtuve tiempo después. Un día casi por casualidad llegó a mis manos una revista española de aviación. En uno de sus artículos publicaba la ficha técnica de los Glosters Meteors y su capacidad de combate. Como un agregado que seguramente sus fabricantes no imaginaron aparecía el detalle de que los tanques suplementarios de combustible podían ser utilizados en un combate. Ponían como ejemplo lo que había sucedido el 16 de junio del 55 en nuestro país, cuando uno de los comandantes de esos aviones los arrojó sobre los trabajadores reunidos en la plaza para prenderlos fuego.

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