Carl Sagan: «Etica y Aborto»
Me llega este artículo extraído desde «The Dragons of Eden» de Carl Sagan y su análisis y pensamiento sobre «Ética y Aborto«.
Aquí desmenuza las contradicciones de las religiones judeo-cristianas sobre el significado del principio bíblico de «No mataras».
Y en ese aspecto la historia del Arca de Noe donde solo a una ínfima parte se salva, pero el resto es «sacrificado» por determinación y por mandato del «Todopoderoso» lo cual tácitamente fue un «Sagrado Genocidio»! Fue asi?
Es decir «Matar» a seres humanos esta permitido y tolerado en la Sagrada Biblia según lo prescribiera o no Jehová.
Cuando se enfrentan en guerra diferentes países acaso sus Obispos no «bendicen» a sus propias tropas para «matar» la mayor cantidad posible de seres humano de sus enemigos?! Alguna vez la Iglesia Católica prohibió esa aberración?
En nuestro país el grueso de tanto terroristas como dictadores asesinaban, torturaban sin piedad alguna dado que siempre un Padre Nuestro los ponía a salvo de sus pecados?
Sagan narra aquí como el judeo-cristianismo tolera como «normal» el sacrificio casi «deportivo» de otros seres animales con seguramente inteligencia y sentimientos tal vez no sean del mismo nivel que el del ser humano, pero ciertamente debieran ser respetables. Porque no?
Porque entonces ese pensamiento «extremista y fanatizado» de no aceptar el aborto de un feto que según Sagan tiene «apenas» un poco mas «Derecho» de ser considerado un «ser humano» que el una eyaculación de espermatozoides que puede generar millones de seres humanos u acaso de una simple gota de sangre de donde también la tecnología de hoy podría generar un embrión?
Hay que recordar que este pensamiento de Carl Sagan «The Dragons of Eden» (premio Pulitzer) fue escrito un par de décadas atrás (murió en 1996) y en términos de adelantos científicos eso es una eternidad.
Aquí el muy interesante análisis Carl Sagan de quien nos cautivara con sus programa televisivo «Cosmos»!
Alberto R. Pringles
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Carl Sagan, ética y aborto.
«El futuro pertenece, en fin, a las sociedades que consideran las ideas innovadoras como delicadas, frágiles y preciosas vías hacia el futuro.» (Carl Sagan, Los Dragones del Edén)
Hace unos meses hubo fuertes ecos en los medios a partir de la modificación a la ley en la Ciudad de México, que permite efectuar el aborto en forma legal hasta la semana 12 de gestación. El debate se centró en dos posturas: la de quienes defendían dicha ley argumentando que en la realidad los abortos ocurren de manera clandestina, con graves riesgos para la salud de la mujer, quien debe tener derecho a decidir acerca de lo que ocurre en su propio cuerpo; y la de quienes argumentan que un nuevo ser humano ya existe de hecho desde el momento de la concepción, por lo que el aborto a partir de ahí constituye un asesinato.
Es difícil establecer quienes tienen razón desde un punto de vista ético, ya que ambas posturas tienen puntos fuertes. Me parece que, si bien es cierto que los abortos clandestinos implican importantes riesgos para la salud, no creo que todos los que defienden la libertad de abortar estén dispuestos a defender una propuesta de despenalizar la decisión de una madre de matar a su hijo en el momento de nacer, aunque es posible que algunos sí. Muchos antiabortistas argumentan que la ciencia no puede establecer en qué momento un embrión puede ser considerado como un ser humano. Y debo decir que ese argumento me parece, por lo menos, difícil de rebatir. La ciencia no puede establecer un criterio en ese sentido, de la misma forma en que no puede establecer criterios absolutos de ningún tipo. Es claro que desde el momento de la concepción, el embrión es un ser humano en potencia. Sin embargo, también el óvulo y el espermatozoide antes de unirse lo son. Me parece que no es posible descartar como inválidos los argumentos de ninguna de las posiciones sin profundizar en el tema.
Me parece que cualquier reflexión sobre este tema, que vaya más allá de lo superficial (o del fanatismo), tendrá que pasar en algún momento por aceptar que hay cuestiones difíciles de determinar en las dos posturas.
Hace poco, también, leí el libro Los dragones del Edén, de Carl Sagan, libro en el que encontré una reflexión bastante interesante referente al tema de este post. A continuación presento un extracto del capítulo 8 (La evolución futura del cerebro). Para evitar que cualquier cita puntual pueda ser considerada fuera de contexto, voy a transcribir párrafos completos e intercalaré mis comentarios en negritas.
El libro, en general, trata acerca de nuestro conocimiento sobre el origen de la inteligencia humana tal y como es en este momento (o como era en el momento de la publicación del libro), desde el punto de vista convergente de diferentes ramas de la ciencia en el estado de arte actual (o de 1977, año en que fue publicado), tales como la evolución, la antropología, la neurofisiología y la genética. Es por eso que, en el extracto que estoy comentando, se mencionan funciones y estructuras cerebrales cuyo origen y características ya han sido explicadas en a lo largo del texto.
A continuación inicia el texto de Sagan:
«Un mejor conocimiento del cerebro puede influir también algún día en cuestiones sociales tan delicadas como son la definición de la muerte y la aceptabilidad del aborto. Por regla general, en los países de Occidente priva el criterio ético de que, si las circunstancias lo justifican, es permisible dar muerte a primates distintos del hombre y, con mayor motivo, a otros mamíferos. Sin embargo, un individuo no puede, en las mismas circunstancias, matar a otro ser humano. De ello se infiere que la diferencia entre una y otra actitud se explica por las cualidades específicamente humanas del cerebro.»
Puede parecer que hay un salto argumentativo demasiado grande entre aceptar éticamente el asesinato de un animal y no el de un ser humano, e inferir que ello se debe a las características cerebro humano. Sin embargo, la lectura de los capítulos anteriores hace que la relación directa entre «ser humano» y «cerebro humano» sea evidente.
De la misma manera, cuando funcionan partes sustanciales del neocórtex, debe considerarse que el paciente en estado de coma está ciertamente vivo en un sentido humano, a pesar del grave deterioro de otras funciones físicas y neurológicas. Por el contrario, un paciente vivo pero que no presente indicios de actividad neocortical (ni siquiera la que se da durante el sueño) debe conceptuarse, en un sentido humano, como muerto. En muchos de estos casos el neocórtex ha dejado fatalmente de funcionar, mientras que el sistema límbico, el complejo R y los componentes cerebrales inferiores siguen operantes, a la par que funciones básicas como la respiración y la circulación sanguínea no se ven afectadas. En mi opinión hace falta profundizar más en el conocimiento de la fisiología del cerebro humano antes de poder dar una definición genérica y bien fundamentada de la muerte, pero lo más probable es que la senda que conduce a esta definición nos lleve a contraponer el neocórtex a los restantes componentes del cerebro.»
Creo que en este párrafo ya se puede apreciar por donde va el argumento de Sagan en lo referente al aborto. El punto de partida debe consistir en establecer un criterio que permita caracterizar el esquivo concepto de «vida humana».
Sigamos con el texto:
«Ideas similares podrían ayudar a resolver el apasionado debate sobre el aborto surgido en los Estados Unidos mediado el actual decenio, una controversia en extremo vehemente caracterizada por el rechazo rotundo de los puntos de vista de la otra parte. Por un lado están los que sostienen el derecho innato de la mujer al «control de su propio cuerpo», lo cual incluye, según los que defienden esta tesis, el poder provocar la muerte del feto en base a diversos motivos, entre los que destacan la aversión psicológica a engendrar un hijo y la falta de medios para educarlo. En el otro extremo están los que defienden la idea del «derecho a la vida», la aserción de que la muerte de un simple cigoto, de un óvulo fertilizado antes de la primera etapa embrionaria, equivale a un asesinato, por cuanto el cigoto lleva en sí la capacidad de dar vida a un ser humano. Soy perfectamente consciente de que en un tema en el que concurren sentimientos tan apasionados toda solución que se proponga no satisfará a ninguna de las dos partes, y en ocasiones el corazón y la mente nos llevan a diferentes conclusiones. Sin embargo, retomando algunas ideas avanzadas en capítulos anteriores de este libro, quisiera ofrecer aunque sólo fuera una tentativa de compromiso razonable.
En indiscutible que legalizando el aborto se evita el drama y la carnicería a que conduce muchas veces el aborto clandestino realizado por manos incompetentes, y que en una civilización cuya supervivencia se ve amenazada por el espectro de un crecimiento demográfico sin control alguno, el aborto médico puede redundar en beneficio de la sociedad. Por otro lado, el infanticidio a secas resuelve de golpe ambos problemas y de hecho se ha empleado de manera generalizada en el seno de numerosas comunidades humanas, entre ellas determinados sectores sociales de la antigua Grecia, país que suele considerarse como la cuna de nuestra cultura. En la actualidad sigue practicándose en gran medida; en muchas partes del mundo uno de cada cuatro recién nacidos no vive más allá de un año. Sin embargo, y con arreglo a las leyes que rigen en la sociedad occidental, no cabe la menor duda de que el infanticidio constituye un asesinato. Teniendo en cuenta que un sietemesino, es decir, un niño nacido prematuramente en el séptimo mes del embarazo, no se diferencia en nada fundamental del feto que lleva siete meses en el útero, me parece lógico concluir que el aborto, por lo menos en los últimos tres meses, ronda el asesinato. Las objeciones de que el feto durante el tercer trimestre todavía no respira me parecen un tanto equívocas, y, así, cabría preguntarse si es permisible cometer infanticidio inmediatamente después de que la criatura haya nacido, cuando todavía no se ha cortado el cordón umbilical ni el niño ha aspirado la primera bocanada de aire. En una línea discursiva similar, si yo no estoy psicológicamente preparado para convivir con un extraño, por ejemplo, en un cuartel o en una residencia universitaria, no por ello tengo derecho a darle muerte, y, de la misma manera, la irritación que pueda producirme el destino que se da al dinero que pago en concepto de impuestos no debe llevarme al extremo de exterminar a los recipendiarios de los mismos. Con frecuencia suele entremezclarse en estos debates la cuestión de las libertades civiles. ¿Por qué se me han de imponer las convicciones de otros sobre esta cuestión?, se preguntan algunos. Con todo, aquellos que personalmente no suscriben el concepto convencional de asesinato, se ven constreñidos por la sociedad a someterse a lo dispuesto en el código penal.»
En los debates entre ambas posturas, los partidarios de la despenalización del aborto suelen recurrir pronto a apelar a cierto pragmatismo bastante superficial, como puede ser el recurrir a los problemas sociales que ocasionan la sobrepoblación o la existencia de hijos no deseados o abandonados. Creo que apelar a argumentos así no ayuda a respaldar su postura, ya que se trata de afirmaciones que hay que respaldar con datos duros para poder concederles validez, y siempre estarán sujetos a refutación con datos que pretendan respaldar las afirmaciones de los contrarios.
«En el polo opuesto de la discusión, la frase «derecho a la vida» constituye un ejemplo claro de expresión altisonante concebida para impresionar más que para aclarar las cosas. Ni hoy ni nunca ha existido en ningún país de la tierra el derecho a la vida (tal vez haya alguna excepción, como los jainís de la India). Criamos animales domésticos para luego darles muerte, destruimos los bosques, contaminamos ríos y lagos hasta causar la muerte de toda la fauna piscícola, cazamos venados por deporte, leopardos por la piel y ballenas para preparar comida para los perros, atrapamos a los delfines, boqueantes y semiasfixiados, con grandes redes del tipo utilizado para la pesca del atún, y sentenciamos a muerte a los perros cachorros para «equilibrar la población». Todos estos animales y vegetales están tan vivos como nosotros. Lo que muchas sociedades humanas protegen no es la vida, sino la vida del hombre, y aun así desencadenamos guerras con medios «modernos» que causan estragos en la población civil y que suponen un tributo tan escandaloso que muchos de nosotros ni siquiera nos atrevemos a entrar en su consideración. A menudo se intenta justificar este genocidio acudiendo a una redefinición racista o nacionalista de nuestros oponentes que no les reconoce siquiera la condición de hombres.»
Entiendo que cuando el texto bíblico de éxodo fue escrito, los hombres de aquella época hayan escrito que su dios les ordenó no matar, sin hacer referencia a la vida humana. Después de todo, el vocablo no refleja ninguna ética universal, sino tan sólo la visión que de la vida y la muerte tenían los hombres (o las elites) de aquellas épocas. Lo que no entiendo es que en la época actual se siga hablando de defender la vida sin especificar que se trata de la vida humana.
«Debo decir, también, que el argumento acerca de la capacidad del cigoto para dar vida a un ser humano me parece sumamente endeble. En circunstancias propias cualquier óvulo o esperma tiene este mismo potencial. Con todo, ni la masturbación ni las poluciones nocturnas del varón suelen conceptuarse como actos antinaturales merecedores de una condena por asesinato. Una sola eyaculación contiene suficiente número de espermatozoos para generar centenares de millones de seres humanos. Por si esto fuera poco, es posible que en un futuro no muy lejano podamos dar vida a un ser humano a partir de una simple célula tomada prácticamente de cualquier parte del cuerpo del donante. Si ello es así, cualquier célula del organismo debidamente preservada hasta el momento en que la gestación extracorpórea se lleva a la práctica con garantías puede llegar a convertirse en un ser vivo. Por lo demás, ¿cometo un genocidio si me pincho un dedo y vierto una gota de sangre? Como puede observarse, se trata de cuestiones muy complejas. Asimismo, me parece evidente que la solución debe entrañar un compromiso entre un número de valores muy preciados pero antagónicos.»
Hasta aquí, lo que Sagan ha hecho es señalar los puntos débiles con los que comúnmente se intentan defender ambas posturas.
«La cuestión clave del dilema radica en poder determinar en qué momento el feto puede considerarse un ser humano, dilema que a su vez depende de lo que se entienda por humano. Desde luego, no el hecho de tener una configuración humana, porque una masa de material orgánico que se asemejara a un hombre pero que fuera elaborada con tal fin no podría considerarse propiamente humana. Asimismo, un hipotético ser extraterrestre dotado de inteligencia que no se asemejara a nosotros pero que poseyera unas cualidades éticas, intelectuales y artísticas superiores a las del hombre debería entrar en nuestro cuadro de prohibiciones contra el asesinato. Lo que acredita nuestra condición humana no es lo que parecemos, sino lo que somos. La razón por la que prohibimos dar muerte a otro ser humano debe sustentarse en alguna cualidad peculiar del hombre, cualidad a la que conferimos especial valor y que pocos o ningún otro organismo de la Tierra posee. Es indudable que la humanidad de un ser no viene determinada por el hecho de que sea capaz de sentir dolor o emociones intensas, ya que entonces deberíamos extender este criterio a los animales a los que damos muerte gratuitamente.»
(Aspecto que suelen olvidar los detractores de la despenalización del aborto, entre quienes he conocido a algunos seguidores de la «fiesta brava»)
«Creo que la cualidad humana básica no puede ser otra que nuestra inteligencia. Si lo consideramos así, la inapelable inviolabilidad de la vida humana puede identificarse con la evolución y la presencia del neocórtex. No podemos exigir que se trate de una evolución plena porque ésta no se produce hasta muchos años después del nacimiento, pero tal vez podríamos determinar que el tránsito a la fase humana acaece en el momento en que se inicia la actividad neocortical tal como viene registrada por la electroencefalografía del feto. La observación de algunas funciones biológicas muy simples nos ofrece indicativos del momento en que el cerebro cobra un carácter específicamente humano (véase la figura de la página siguiente).
Hasta la fecha se ha investigado muy poco dicha cuestión, y estoy convencido de que los estudios en este terreno desempeñarían un papel determinante en la consecución de un compromiso aceptable que zanjara los debates sobre el aborto.
Indudablemente, habría diferencias de un feto a otro en cuanto al momento de iniciación de las primeras señales electroencefalográficas del neocórtex, y todo intento de formular una definición legal del momento en que comienza la vida propiamente humana debería adoptar una pauta de prudencia, es decir, en favor del feto menos desarrollado capaz de exhibir tal actividad. Tal vez el momento de transición habría que fijarlo hacia el término del primer trimestre o próximo al inicio del segundo trimestre del embarazo. (Estamos hablando aquí de lo que, en una sociedad de seres racionales, debiera estar prohibido por la ley. O sea, que todo aquel que piense que el aborto de un feto menos desarrollado que el propuesto como base constituye un asesinato, no tiene por qué verse obligado a llevar a cabo ni aceptar el aborto en cuestión.) Pero una aplicación consecuente de las ideas expuestas ha de rehuir todo intento de chovinismo humano. Si existen otros organismos cuya inteligencia, aunque de grado inferior, corresponda a la de un ser humano completamente desarrollado, habría que ofrecerles por lo menos la misma protección contra el asesinato que deseamos hacer extensiva al ser humano ya en los comienzos de su vida uterina. Por todo ello, habida cuenta de que existen cuando menos pruebas suficientes que abonan la creencia de que los delfines, ballenas y simios de toda especie son criaturas inteligentes, estimo que toda postura moral sobre el aborto que sea un poco consistente ha de contener severas disposiciones contra, por lo menos, la matanza injustificada de estos animales. Pero creo que la clave última de la solución a la controversia sobre el aborto debe dárnosla la investigación de la actividad neocortical del feto.»