La ciudad de Kristianstad, en Suecia cuya población es de 80.000 habitantes, ya no utilizan petróleo, gas natural o carbón para calentar sus hogares y oficinas, ni siquiera durante los largos y helados inviernos que azotan a ese país nórdico. Y el reemplazo se logró sin paneles solares ni turbinas de viento. En lugar de eso, como le corresponde a un epicentro de producción agrícola y procesamiento de alimentos, genera energía a partir de una mezcla de ingredientes, como la cáscara de papa, excrementos, aceite de comida usado, galletitas y tripas de cerdo.
Lo que en otros lugares sería basura, en Kristianstad es energía limpia. Una planta en las afueras de la ciudad utiliza un proceso biológico para transformar los desechos en biogás, que se quema para producir calor y electricidad, o se refina para utilizarse como combustible para autos.
En los últimos cinco años, muchos países europeos aumentaron su dependencia de las energías alternativas, desde las granjas eólicas hasta las presas hidroeléctricas. Pero Kristianstad fue más allá: estableció un sistema energético regional y redujo un 25% el uso de combustibles fósiles y las emisiones de dióxido de carbono en la última década.
Si bien, se requirió de una inversión inicial onerosa, ahora los funcionarios afirman que las ganancias ya son considerables: Kristianstad ahora gasta alrededor de 3,2 millones de dólares anuales para calefaccionar sus edificios municipales en lugar de los siete millones que hubiera gastado si todavía dependiera del petróleo y la electricidad. Provee de combustible para sus autos municipales, buses y camiones con biogás, y evita así la necesidad de comprar casi dos millones de litros de diésel o gas por año.
Las operaciones en las plantas de biogás y calefacción producen ganancias, porque las granjas y las fábricas pagan aranceles para deshacerse de sus desechos, y las plantas venden el calor, la electricidad y el combustible que generan.
Los sistemas de calefacción distritales pueden generar calor de cualquier fuente, y el de Kristianstad inicialmente dependía de los combustibles fósiles. Pero después de que Suecia se convirtió en el primer país que estableció impuestos sobre las emisiones de dióxido de carbono, en 1991, Kristianstad comenzó a buscar sustitutos. Ahora, esta ciudad sueca avanza hacia otros desafíos. Sus planificadores esperan que para 2020 no produzcan ningún tipo de emisiones de efecto invernadero. Y van por más.
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The Nwe York Times
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