Mujeres que hicieron historia 2: Mary Shelley, Gala Dalí, Hortensia Bussi de Allende, Tzu Hsi, Hatshepsut, Reina de Egipto, Isabel de Baviera, Boadicea, Josephine Baker
Mary Shelley:
Mary Wollstonecraft Shelley nació el 30 de agosto de 1797 en la ciudad de Londres, Inglaterra. Su padre fue el filósofo británico William Godwin, y su madre fue Mary Wollstonecraft, escritora y una de las primeras feministas; que murió al dar a luz a su hija.
Mary recibió una educación privada, que complementó al entrar en contacto con el círculo de intelectuales amigos de su padre. Publicó su primer poema a los diez años. También compartía con su padre una actitud crítica respecto a las instituciones sociales como el matrimonio, y de su madre heredó una gran fuerza de carácter.
En 1814, a los dieciséis años de edad, Mary abandonó su hogar y su país con el poeta Percy Shelley, con el que había iniciado una relación a pesar de estar casado. La pareja viajó a Francia y a Suiza. Contrajeron matrimonio en 1816, luego de que la primera esposa de Shelley se quitara la vida ahogándose.
En la noche del 16 de junio de 1816, Mary Shelley asistió con su marido a una reunión con Lord Byron y otros escritores y amigos, en una casa en las afueras de Ginebra. Encerrados en la casa debido a una tormenta, para entretenerse leyeron cuentos de terror. Lord Byron propuso que cada uno escribiera una historia de terror como una apuesta; el ganador sería quien produjera la obra más terrorífica. Mary aceptó el reto.
Inspirándose en un sueño, se dedicó a escribir lo que llegaría a ser uno de los clásicos de la literatura de terror, y en el año 1818 se dió a conocer al público su novela Frankenstein o el Moderno Prometeo.
Algunas pensaron que su esposo era el verdadero autor del libro, pues no podían creer que una mujer de sólo 21 años de edad pudiera escribir una obra de horror semejante. El libro consiguió un éxito inmediato.
En 1818 los Shelley se establecieron en Italia. Pero el sufrimiento parecía ensañarse con Mary. La primera hija que tuvo con Percy falleció siendo niña. Igualmente su hijo William, que había nacido en Inglaterra, falleció el año siguiente. Como si esto no fuera suficiente, en 1822 su esposo Percy falleció en un naufragio en la Bahía de Spezia en 1822. Todo este sufrimiento provocó también un aborto peligroso para la salud de Mary. De todos sus hijos, solamente el pequeño Percy Florence sobrevivió a la infancia.
Mary regresó en 1823 a Inglaterra, determinada a evitar un segundo matrimonio. Se dedicó al bienestar y la educación de su hijo, y a continuar su carrera como escritora. Ninguna de sus obras posteriores llegó a alcanzar el éxito que había obtenido Frankenstein, pero forman una colección de innegable valor. Su obra Valperga es un romance ambientado en el siglo XIV, y en El Último Hombre describe la extinción de la especie humana por una terrible plaga en el siglo XXI.
Abandonó la escritura de novelas de ficción cuando el realismo empezó a ganar popularidad en Inglaterra. Escribió numerosas obras cortas para ser publicadas en varios periódicos, además de una recopilación de los poemas de Percy Shelley, cuya obra se esforzó por difundir. Mary Shelley falleció mientras dormía el 1º de febrero de 1851.
Hortensia Bussi de Allende:
Su departamento en Las Condes recibe el calor de la tarde otoñal. Nos hacen pasar a la terraza donde ella practica su pasión primera: la lectura.
Se sienta en una silla del comedor y solicita lectura del cuestionario, pero lo aprueba cuando aún no terminamos de leerlo. Casi dos horas después, Hortensia Bussi nos comenta hasta sus recetas de cocina favoritas. Así es ella, enérgica pero gentil.
La ex primera dama nació en Valparaíso y vivió en el cerro Concepción. Su madre falleció en un parto, cuando ella era muy pequeña. Su padre, un oficial de la marina mercante (Ciro Bussi Aguilera), la instó a defenderse en la vida con educación y cultura.
En el Liceo 2 de Valparaíso cursó su preparatoria y humanidades. A los 16 años se vino a Santiago, a la casa de una hermana de su madrastra. Ingresó a estudiar historia en el Instituto Pedagógico de Santiago. Siempre le había gustado leer, especialmente historia, ensayos y novelas. Terminó sus estudios y comenzó a ejercer. Realizó un curso de bibliotecología en la Universidad de Chile e ingresó a laborar a la Dirección de Estadísticas. Allí estuvo 17 años, hasta 1953. Le sobrevino una tuberculosis y debió dejar de trabajar. Numerosas personas la califican de bella y suave, pero excesivamente enérgica. ¿Es tan así?
-Exactamente. Al pan, pan, con las cosas claras y transparentes. Me gusta le gente franca y honrada. No doy tregua.
Conoció al Salvador Allende el día del terremoto de Chillán. Ella estaba en el cine Santa Lucía con un grupo de amigos y debieron salir a la calle. El temblor era fuerte. «Salvador, ministro de Salud, muy joven, casi corría con Manuel Mandujano, quien nos presentó. Venían de una reunión de la masonería». Al rato tomaban un café y no se vieron en largo tiempo, porque el doctor debió acudir a ayudar al sur.
Se casaron el 17 de marzo de 1940 y tuvieron tres hijas: Carmen Paz, en 1941; Beatriz (Tati), en 1943, y María Isabel, en 1945. En 1954 perdió un hijo de seis meses de gestación.
-A usted se le reconocen muchas inquietudes intelectuales.
-He tenido muy buenos amigos, en el campo literario especialmente. Cuando estuve enferma, Manuel Rojas y González Vera iban todas las tardes a verme. Teníamos tremendas charlas y discusiones artísticas.
-Fue amiga de Cortázar y Neruda. También lo es de García Márquez.
-Sí. Cortázar asistía a todos los actos que yo organizaba para que retornara la democracia a Chile. Con García Márquez compartimos bastante en México. Grandes amigos, los dos.
Para hablar de Neruda se toma unos segundos de silencio.
-Nosotros teníamos una pequeña casa de veraneo en Algarrobo, y en las tarde íbamos a verlo. A Pablo le encantaba hablar de política con Salvador.
-¿Cómo fue la noche del 4 de septiembre del 70?
-El hizo un hermoso discurso con megáfono y pidió que todo el mundo se fuera a sus casas a celebrar en familia. Después nos fuimos a la casa, a recibir a los amigos.
-¿Y en noviembre, al asumir?
-Vinieron amigos de todas partes del mundo y abrimos las puertas de La Moneda para jefes provinciales de campañas, jóvenes dirigentes y muchas mujeres.
Hortensia recuerda con afecto a sus ex colaboradoras, «con quienes hicimos una gran labor en la Coordinadora de Centros de Madres, Cocema, y el Comité de Navidad». Comienza a entregar detalles de esas masivas reuniones y destaca «la labor para incorporar a la mujer al trabajo, apoyándola con el cuidado de los niños. A pesar de ser tan corto el período de la presidencia de Salvador, se crearon más de 300 jardines infantiles y salas cuna para los lactantes». Se enorgullece del Primer Encuentro de la Mujer Campesina, efectuado en Chillán, en agosto de 1973.
-Fuimos con mucho miedo, porque la carretera estaba llena de miguelitos, esos clavos para romper neumáticos. Realizamos un convenio con la Universidad Técnica, para que capacitara a las campesinas. También fomentamos talleres de artesanía. Salvador me apoyaba, porque él consideraba un abuso que la mujer estuviese sometida o que trabajara doble, afuera y en su casa.
-Y regalaba máquinas de coser.
-Ah, eso. Sí (se ríe con muchas ganas). Teníamos un plan para entregar máquinas, pero de repente todas querían y pedían mucho. No dábamos abasto. Yo no entendí hasta que me explicaron que en la televisión presentaban una teleserie que se llamaba Simplemente María, en la que una costurera se hacía rica y famosa cosiendo… entonces todas querían ser la protagonista.
-¿Qué opina de la participación de la mujer en todos los ámbitos?
-Maravilloso. En nuestra época fue una lucha muy grande. Recuerde que en el año 49, en la época de Gabriel González Videla, las mujeres por primera vez pudimos votar. Estoy cada día más feliz porque las mujeres estén en todas las actividades.
Exilio y regreso
El 12 de seeptiembre de 1973 sepultó al Presidente Allende, sin la presencia de sus hijas. Su hija Beatriz, casada con cubano, partió a Cuba.
-El 15 en la noche abandonamos la embajada junto a varios ministros, parlamentarios y colaboradores. Partimos a México. En el aeropuerto estaban desde el Presidente de la República y su señora hacia abajo. Yo no quería bajar, porque no iba de luto, ya que no alcancé a sacar ropa de mi casa. Cómo explicárselo a ellos, que esperaban a una mujer recién viuda. Tomé de la mano a una de mis nietas y bajé.
Ahí comenzaron sus viajes por el mundo. Estuvo en toda América, en Europa, Asia y Africa, «en todas partes divulgando la necesidad de recuperar la democracia».
-Nunca nos imaginamos que el gobierno terminaría de manera tan trágica. Todos los sueños por el pueblo quedaron a mitad de camino. A Salvador no lo dejaron gobernar.
-¿Cómo resumiría sus años de exilio?
-Tendría tanto que hablar, porque fueron 17 años y medio. Regresé el 4 de marzo de 1990. México nos recibió con un cariño enorme. En mis viajes pude comprobar lo aislados que estábamos. Se nos agrandó la visión del mundo.
-¿Qué le gustaría para las mujeres de Chile y para su familia?
-Lo que más deseo a todos es paz, pero también justicia. Nosotros somos una familia pequeña, pero muy unida, así es que me gustaría todavía vivir algunos años más para ver a mis nietos y bisnietos enrielados en la vida.
No habla del suicidio de su esposo ni el de su hija Beatriz, en Cuba. Demasiado dolor. El 22 de julio del presente año cumplirá 85 años. Sus nietos le están organizando un gran festejo, pero ella se resiste.
-Prefiero que me sigan regalando libros y que todos luchen, como hasta ahora, por ser mejores personas, solidarios y aportando para mejorar a los más pobres. Estoy segura de que Salvador querría lo mismo.
Gala Dalí:
Las rusas ejercieron su embrujo en la Europa de comienzos del siglo XX. Rilke, Picasso, Matisse, Éluard… Dalí cayeron en el hechizo de las llamadas «damas del Kremlin´´, que salieron de su país después de 1917, buscando unir sus vidas a la de los genios del mundo del arte, las letras y la música. Casarse con un francés fue la primera escala de un viaje ambicioso que les permitiría quedarse en Europa, y Gala, «la joven ardiente´´ y decidida, lo intuyó desde el día en que llegó a Davos (Suiza), desde Moscú, tras un largo trayecto en tren, para curarse de su debilidad física en el famoso sanatorio de Clavadel.
Con sus modales distinguidos y su belleza misteriosa, Elena Diakonova (Kazán, 26 de agosto de 1894) consiguió enamorar al frágil poeta Paul Éluard (el seudónimo de Paul Eugéne Grindel), quien se recuperaba en Clavadel de una enfermedad pulmonar. Se casaron en 1919 y de su unión nació Cécile, una niña a quien su madre nunca cuidó con abnegación.
En los años siguientes Gala se propuso borrar su pasado ruso y fue tan exitosa en su cometido que ningún biógrafo ha podido reconstruirlo. Sólo se sabe que tuvo cuatro hermanos y que creció en el seno de una familia acomodada, con aspiraciones intelectuales.
Ella quería ser musa, la mujer dedicada con obstinación al talento de sus hombres, pero también famosa y rica; ambiciones que le valieron el odio del padre del surrealismo, André Bretón. «El temía a Gala, porque la percibía extraña, extranjera, desclasada… alguien que no podía ser incorporado al grupo sin reservas y menos convertirse en «musa´´ oficial del surrealismo´´, explica la historiadora Estrella de Diego, autora del libro Querida Gala, una de las tantas publicaciones que acompañan el centenario del nacimiento de Salvador Dalí.
La autora psicoanaliza a la mujer y a los hombres que la rodearon, y culpa a André Bretón de la mala fama y la censura que existe en torno a Gala. «Era posesivo y las mujeres le robaban protagonismo y poder en la vida de los hombres que aspiraba a controlar´´. Primero Éluard, luego el amante Max Ernst y después Salvador Dalí. Por eso Bretón no dudó en expulsar al pintor catalán del movimiento, cuando en 1929 Gala decide abandonar a su esposo y quedarse «para siempre´´ con el artista que había conocido meses antes –junto a Éluard- en el pueblo costero de Cadaqués.
El gurú surrealista bautizó a Salvador Dalí en 1942 como AVIDA DOLLARS, jugando con las 12 letras de su nombre, pero pronto aquel término acuñado recayó en Gala. Era la época neoyorquina de la pareja, quizás la más exitosa en lo comercial, los años en que Dalí llegó a proclamar con arrogancia: «El surrealismo soy yo´´, mientras su compañera fraguaba su leyenda de avara, de dama de hierro obsesionada con el dinero, que obligaba al marido a producir más cuadros y más dólares, y a quienes los rodeaban a adaptarse a los requerimientos del genio. Ian Gibson, famoso biógrafo de Dalí, asegura que Gala abandonó a un Éluard empobrecido cuando vislumbró la estrella ascendente del pintor catalán, 10 años menor.
Coco Chanel, la diseñadora favorita de Gala, describió así a la pareja: «Pequeño Dalí, pequeña Gala… juntos como dos pajaritos, se contaban historias obscenas, él con el bigote en el aire. Iba con un clavel detrás de la oreja. Como comía sardinas y se las ponía en el pelo, olía muy mal´´.
Gala también despertó la antipatía del cineasta español Luis Buñuel, amigo de Dalí de la época de la Residencia de Estudiantes. En su autobiografía El último suspiro admite que con ella Dalí nunca más fue el mismo. «Es una mujer a la que siempre he procurado evitar, no tengo por qué ocultarlo´´.
Gala es siempre la mala, la bruja, el personaje sin escrúpulos, la egoísta, la posesiva. «Es la mujer que separa a Dalí de los amigos, le arrebata la personalidad, lo convierte en un amoral y en un renegado de la familia, en un artista comercial y atrapado por el dinero´´, analiza Estrella de Diego.
La rusa amó a todos sus hombres, aunque nunca les fue fiel. De hecho, siguió escribiendo cartas apasionadas a Éluard después de convertirse en compañera de Dalí y en sus años maduros llegó a vender cuadros del catalán para pagar a sus jóvenes amantes. Pero al ambiguo pintor eso no parecía importarle. Ya entrado en años él se entretenía con la travestida Amanda Lear, sin despertar objeciones de nadie, menos de Gala. Mal que mal la «polisexualidad´´ (o los intercambios de todo tipo) era defendida por los surrealistas de la época.
Afirma Ian Gibson: «Dalí tenía una relación conflictiva con el sexo; le temía al cuerpo femenino. Ella era pequeña y elegante, tenía, como se ha dicho, el cuerpo de un muchacho –la androginia que tanto gustó a los surrealistas-. Qué tipo de relaciones tendrían, es difícil de saber´´. ¿Sadomasoquistas, voyeristas? De ellos se ha dicho de todo. «Gala es la única mujer en la que me vacío, con un orgasmo rápido y perfecto, poblado de imágenes arquitectónicas de una sublime belleza: principalmente campanarios´´, contó Dalí.
Esta unión de ambos iba más allá. La rusa llegó a convertirse en la otra cara del espejo de Dalí, en su alter ego, su musa y lienzo, tan obsesionada como él con la eterna juventud.
La controvertida heroína del surrealismo ha pasado a la historia como «la mala´´, pero hay autores que defienden su figura, haciendo una lectura posfeminista de lo que fue su vida. «A lo mejor Gala es la mala, porque sabe lo que quiere y lucha por ello como los hombres. ¿Qué hay de malo en eso?´´, se pregunta Estrella de Diego. «¿No será ella víctima de nuestra misoginia colectiva del mismo modo que lo fue de la de Bretón? Tal vez no era tan perversa; tal vez decidió ocupar el lado oscuro de la relación para ceder el protagonismo a Dalí´´.
Tras psiconalizar el vínculo entre pintor y musa, De Diego piensa que Gala pudo ser coautora de los cuadros de Dalí y también de su autobiografía, La vida secreta. «Ella ha jugado un papel nada de desdeñable en la excepcionalidad de Dalí´´. Cuando muere la rusa en 1983, el genio quedó desolado y decidió habitar el castillo de Púbol, el último y verdadero hogar de Gala, al que el esposo sólo iba previa invitación. Allí la musa escondió su soledad, lloró su vejez y una decadencia, que se hizo insoportable en Port Lligat –hoy convertida en casa museo de Dalí- cuando en los años ’70 el pintor reemplazó a su sempiterna modelo, por otras jóvenes desnudas. Gala vio en el espejo de su tocador su rostro derretirse como la cera y se aisló para que Dalí no la viera envejecer. Sin ella, el desamparo del pintor, que la sobrevivió seis años, se hizo evidente.
Tzu Hsi:
Reza cierta leyenda que poco después de que los manchúes se hicieran del poder en China, sustituyendo la dinastía Ming por la dinastía Ching (1644), fue descubierta en los bosques del norte de Manchuria una antigua inscripción en mármol. En ella se advertía acerca del fin de la naciente dinastía, y más aún, de la ruina y la destrucción de la nación. No se precisaba la fecha, pero se decía que dicho colapso sería obra de una mujer: Yohonala, o Yehenara (es decir, de la tribu Yehe, del clan Nara).
Para 1912, cuando llegaron a su fin los dos milenios de régimen imperial en el gigante asiático, había ya en quien depositar la culpa: en Tzu Hsi (pronúnciese «tsushi´´), la mujer de oscuros orígenes, que había muerto cuatro años antes, tras regir los destinos de sus compatriotas, directa o indirectamente, por casi medio siglo. Uno de los reinados más extensos en la historia china y, ciertamente, el más prolongado entre las tres mujeres que ocuparon el cargo en dos mil años.
Pero dicha leyenda es apenas una de las muchas que se tejieron en torno a Tzu Hsi -o Cixi, más cercano al mandarín, que pronuncia su nombre «Shishi´´. De hecho, las que circulan en Occidente son aún más feroces, entre otras cosas porque suelen vestirse con los ropajes del rigor histórico. En virtud de ellas, La Última Emperatriz no habría sido más que una astuta y despiadada fabricante de intrigas, a quien no le tembló la mano para dar muerte al emperador del que fue concubina, a su propio hijo, a su nuera y todo aquel que se cruzara en el camino.
En años recientes, sin embargo, la leyenda negra ha debido confrontarse con los hechos. El historiador Sterling Seagrave, en su libro Dragon Lady (1993), deja ver que buena parte de lo que se ha escrito acerca de Tzu Hsi en el siglo XX –incluso en China- deriva de los infundios aparecidos en dos libros publicados por el sinólogo Edmund Backhouse, entre 1910 y 1914. Ambos, basados en presuntos diarios de un funcionario de Beijing, pintan detalladamente a un monstruo sanguinario, obsesionado por el poder y que no toleraba la menor oposición.
Estos retratos le vinieron bien a la conciencia imperial británica –para justificar su violenta incursión en China- y más tarde a los revolucionarios locales, interesados en reconstruir convenientemente el pasado. Pero tiende hasta hoy un manto sobre un personaje que, enfrentado a mil intrigas palaciegas, no fue una monja de la caridad. Aunque tampoco la protagonista de la infamia que se ha pretendido.
No sé sabe con qué nombre ni en qué lugar nació, el 29 de noviembre de 1835. Hija de un oscuro oficial manchú, poco se conoce de su infancia, aparte de que tuvo tres hermanas y un hermano que sobrevivieron hasta la adultez. Pese a ello, se han forjado historias sobre su condición de esclava sexual, y otras que afirman que cantaba en la calle para ayudar a su familia. De gran belleza, delgada, brillantes ojos negros y labios bien formados, así como una sonrisa que llamaba la atención de hombres y mujeres.
A los 16 años, estos rasgos contribuyeron a que fuese llamada a integrar el harem de concubinas del emperador Hsien Feng, lo que significaba dejar la familia e ir a instalarse a la mítica Ciudad Prohibida, donde la vida para una mujer solía ser mejor que fuera de ella. La Ciudad Prohibida constaba de un palacio exterior, donde el emperador realizaba sus audiencias, y uno interior –rodeado por doce jardines-, donde vivían las esposas y concubinas. Estas últimas eran llevadas para satisfacer los apetitos carnales del «Príncipe Celestial´´, y para aportar un heredero, en el caso de que la primera esposa no lo consiguiera. En el caso de que una concubina diera a luz un varón, podía llegar a ser una esposa a título completo, desplazando incluso a la que en dicho momento fuese la «oficial´´.
Hsien Feng contaba con una emperatriz, dos consortes y once concubinas de distinto rango. Sometido a una compleja disciplina sexual, no había razón para que tuviera miramientos con la recién llegada, quien vio postergada la posibilidad de intimar con el emperador por cerca de cuatro años. Según Keith Laidler, en su biografía The Last Empress, Yehenara habría dedicado esos cuatro años y más a estudiar las enseñanzas amatorias del taoísmo.
El emperador, tras «descubrirla´´ finalmente, habría quedado prendado de ella. Seagrave aclara que este cuadro duró unos pocos meses, los suficientes como para que la joven de 19 años se embarazara. En abril de 1856 dio a luz a un varón, que llegaría a conocerse como el emperador Tung Chih. Este «golpe de suerte biológico´´, agrega el historiador, la llevó a ser una figura de importancia única para la sobrevivencia de la dinastía. Pero también a partir de esa época, por la confusión entre ella y la concubina de la cual se enamoró el emperador -Li Fei-, sería culpada de convertir a éste en un borracho y un drogadicto, y finalmente de causarle la muerte, que se verificó en 1861.
Hatshepsut, Reina de Egipto:
Hatshepsut nació en el Antiguo Egipto, y como hija del faraón Tutmosis I y su esposa Aahmes perteneció a la XVIII dinastía.
Tuvo dos hermanos, pero murieron jóvenes, lo que colocaba a Hatshepsut en una favorable posición política en el reino. Sin embargo una mujer difícilmente podía acceder al trono de Egipto. Cuando Tutmosis I falleció, le sucedió un hijo que había tenido con una mujer del pueblo. Así Tutmosis II gobernó, pero Hatshepsut pudo obtener un gran poder a pesar de su medio hermano. Como era corriente en ese entonces, Tutmosis II se casó con Hatshepsut a pesar del vínculo familiar.
Tutmosis II gobernó solamente durante tres o cuatro años antes de fallecer de una enfermedad de la piel. Hatshepsut no tuvo un hijo de él, aunque sí tenía una hija llamada Neferure que había concebido probablemente con su amante Senmut. Pero Tutmosis II había tenido un hijo con una muchacha del pueblo llamada Isis, y este hijo, Tutmosis III, estaba en línea directa de sucesión. Sin embargo era muy joven, y se le permitió a Hatshepsut gobernar a Egipto como reina regente a partir del año 1473 aproximadamente. Pero Hatshepsut no se resignó a abandonar el poder cuando su hijastro llegara a la mayoría de edad.
Llegó a controlar un gran número de seguidores en la corte, lo que le permitió gobernar con toda la autoridad de un Faraón durante quince años.
Tuvo que superar muchos obstáculos, sobre todo revueltas e intrigas palaciegas, y la amenaza que Tutmosis III representaba para su autoridad, pero logró superar todos estos peligros con astucia, resolución y una gran habilidad política. Aunque hubo reinas antes de ella, ninguna había ostentado la completa autoridad de un rey. Para calmar a su pueblo, que no estaba preparado para ser gobernado por una mujer, Hatshepsut ordenó que todas sus estatuas e imágenes la representaran de la manera más masculina posible, e incluso se vestía con la ropa tradicional usada por los reyes, incluyendo la barba postiza.
Hatshepsut tenía una gran habilidad en el área de la política, y con su carisma pudo gobernar Egipto. Para legitimar su gobierno aseguró que había sido elegida por su padre Tutmosis I como su hija favorita. También reclamó un origen divino, afirmando que su madre había recibido una visita nocturna del dios Amón, y que era por lo tanto la hija de un dios. Esta propaganda le aseguró un gobierno sólido por muchos años.
La reina Hatshepsut demostró una gran fuerza para aumentar el poderío de Egipto. No hubo guerras durante su gobierno, debido seguramente a sus capacidades diplomáticas. Ordenó varias expediciones comerciales a la tierra de Punt, en lo que hoy es Somalia, para conseguir marfil, animales exóticos, especias, oro y madera aromática que eran tan preciados por los egipcios. Bajo el gobierno de Hatshepsut Egipto alcanzó una gran prosperidad, se favoreció el desarrollo de las artes y de nuevas formas de ingeniería.
Mientras tanto, Tutmosis III seguía creciendo y ya se rumoraba que en algún momento debería ascender al trono. En un último intento para legitimarse como reina, Hatshepsut hizo construir un magnífico templo en el Valle de los Reyes, donde estaban las tumbas de muchos de los grandes faraones que la habían precedido y donde tenía la intención de depositar sus propios restos. Ordenó construir también obeliscos en granito rojo, para continuar las construcciones que su padre no pudo terminar, y su nombre fue escrito entre los innumerables jeroglíficos de estos monumentos.
De la muerte de Hatshepsut sólo se tienen conjeturas. La presencia de Tutmosis III significó una permanente debilidad en su gobierno, y aunque no se tienen pruebas es posible que él haya arreglado su muerte, la de su amante Senmut y su hija Neferure.
El cuerpo de Hatshepsut fue colocado en su tumba, y Tutmosis III ocupó el trono. Poco después las tumbas de Hatshepsut y Senmut fueron destruías, sus sarcófagos rotos y sus momias robadas. Tutmosis III persiguió la memoria de Hatshepsut e intentó borrar todo rastro de su gobierno. Ordenó que el nombre de la reina fuera borrado de su templo en el Valle de los Reyes y de todos los monumentos que ella había ordenado construir.
Pero la memoria de la existencia de Hatshepsut no podía borrarse fácilmente, y hasta nosotros han llegado suficientes datos como para reconstruir la vida de esta mujer que logró gobernar la mayor civilización de su tiempo y mantener su paz y prosperidad.
Isabel de Baviera:
El 24 de diciembre de 1837, nació Eugenie Amalie Elisabeth de Wittelsbach, Isabel de Baviera, en Munich. Hija del duque Maximiliano y de la princesa Ludovica, su infancia transcurrió en el palacio de Possenhofen, donde recibió una esmerada educación.
En agosto de 1853 acompañó a su madre y a su hermana mayor, Helena, a Bad Ischl en Austria, para conocer a su primo, el emperador Francisco José, pues se había acordado el matrimonio entre él y Helena. Sin embargo, fue la figura delgada y casi infantil de Isabel la que llamó la atención del emperador, quien se enamoró de ella. Ambos se casaron el 24 de abril de 1824, cuando ella tenía solamente 16 años de edad.
Los Emperadores fijaron su residencia en el palacio Shönbrunn. Los primeros años de Isabel en la corte fueron difíciles, pues los nobles, liderados por su suegra la archiduquesa Sofía, la rechazaban. Su primera hija, Sofía, nació en 1855, un año después nació Gisela. En un viaje con las niñas y Francisco José a Hungría, la pequeña Sofía murió, pérdida de la que Isabel nunca pudo recuperarse. En 1858 dió a luz al heredero a la corona austríaca, Rodolfo, pero en vez de consolidar su posición en la corte este nacimiento tuvo el efecto contrario, pues la archiduquesa se encargó personalmente de su educación, limitando las posibilidades de Isabel de criar a sus propios hijos.
Las constantes riñas afectaron la salud de la Emperatriz, quien viajó a Madeira para recuperarse. Regresó a Viena en 1861, pues extrañaba a sus hijos. Apenas unos meses después su salud empeoró, y los doctores recomentadon un cambio de clima. Isabel viajó entonces por las islas griegas e Italia.
Este viaje tuvo un efecto positivo en su personalidad, y regresó en 1862 decidida a recuperar su posición como Emperatriz. En 1865 exigió un control completo de su vida personal y autoridad sobre el destino de sus hijos. Su esposo, acosado por problemas políticos, deseaba la tranquilidad familiar y accedió a sus deseos. En el año siguiente los ejércitos de Francisco José fueron derrotados en la guerra entre Austria y Prusia, y su consecuente debilitación política y la pérdida de prestigio del partido de la archiduquesa Sofía favorecieron la posición de Isabel, quien pudo expresar con comodidad sus ideas liberales. Se ganó el respeto de muchos y la admiración de su esposo.
Dirigió entonces su atención a Hungría, que formaba parte del Imperio y cuyos habitantes eran reprimidos fuertemente tras la revolución de 1848. Isabel se unió al lado de los húngaros, tanto en lo político como en lo emocional. Aprendió su idioma e incluyó a muchos de ellos dentro de su círculo de amigos, incluyendo al rebelde conde Guyla Andrassy. Gracias a su creciente influencia sobre el Emperador logró moderar la política centralista que se ejercía desde Viena. Se convirtió así en un símbolo de esperanza para el pueblo húngaro, quienes la llamaban cariñosamente Sissi. El 8 de junio de 1867 Isabel y Francisco José fueron coronados reyes de Hungría.
Isabel se distanció de la monarquía austríaca, por la que sólo sentía desprecio. Evitaba en lo posible apariciones públicas, sobre todo por la carga de su belleza. Alta y esbelta, se sometía a terribles dietas y a baños especiales para conservar su piel tersa. Su cabello llegaba hasta sus tobillos y se requería tres horas para peinarlo. Se decía que era la mujer más hermosa de Europa. Se dedicó también a la equitación, y se entrenó con los mejores. En un día típico cabalgaba durante seis o siete horas, y debía usar tres guantes en cada mano para evitar las llagas.
En la década de 1880 retomó el interés por la poesía que había tenido de niña, y escribió hermosos y elegantes poemas en los que habla de su vida. También se interesó en la mitología griega, y llegó a hablar fluídamente griego moderno y clásico. De esta manera pudo estudiar en su lengua original a filósofos como Platón y Epicuro, y dramaturgos como Eurípides.
Pero el destino le deparaba grandes sufrimientos. En 1886 su querido primo Ludovico II de Bavaria fue encontrado muerto en un lago. En 1888 falleció su padre Maximiliano, y sólo unos meses después su hijo Rodolfo se suicidó. En 1890 su amigo Guyla Andrassy, con quien había compartido alegrías y penas en Hungría, falleció también. Unas semanas después su hermana Helena murió tras una terrible agonía, y en 1892 su madre Ludovika murió. Todas estas pérdidas afectaron la salud mental de Sissi, quien ya sufría por la bulimia producida por sus severas dietas.
Sissi realizó entonces un viaje a Italia, para intentar mejorar su estado de salud. Tras despedirse de su esposo se trasladó a Génova, donde fue recibida por la Condesa de Rotschild. El 10 de septiembre de 1898, cuando la Emperatriz se disponía a trasladarse desde Génova a Montreux, sufrió el ataque de un anarquista italiano, Luigi Luccheni, que hundió una lezna en su corazón, provocando su muerte.
Boadicea
«Dejen a los hombres vivir como esclavos si así lo desean. Yo no lo haré».
Reina Boadicea de los Iceni
Boadicea, nació alrededor del año 30, en la tierra de los iceni, que pertenecían a la cultura celta. Los iceni vivían en la antigua región de Anglia del Este, en las tierras más orientales de la isla de Gran Bretaña. Su nombre significa ‘victoria’, por lo que estaba destinada desde el inicio de su vida al poder y al triunfo.
Para esa época, Roma había invadido dos veces Gran Bretaña, gracias a Julio César, en el 55 y en el 54 a. C. En el último ataque logró la sumisión de seis poderosas tribus, entre las que se encontraban los iceni. Tras las conquistas de Julio César estas tribus se dedicaron al comercio con los pueblos latinizados de Galia, aunque otras tribus se resistieron al yugo romano durante algún tiempo más.
Los iceni lograron una independencia casi total, pagaban tributo al Imperio Romano y no eran molestados por nadie. Su rey era Prasutagus, quien en el año 48 o 49 se casó con Boadicea, de manera que ella se convirtió en la reina de este pueblo celta. al poco tiempo, le dio al rey dos hijas.
Cuando Prasutagus murió en el año 60, una parte de su herencia se destinó a sus hijas, para asegurar su dote, y el resto -según el convenio con Roma- lo dejó al emperador, quien en ese momento era Nerón. Boadicea quedó como reina regente y guardiana de la herencia de sus hijas.
Sin embargo los romanos no aceptaron la herencia de Prasutagus, pues deseaban la totalidad de sus bienes incluyendo sus tierras. Pocos días después de la muerte del rey, los enviados del produrador romano en Britania, Catus Decianus, atacaron a los iceni con soldados romanos, expulsaron a sus nobles de sus tierras, humillaron a sus familias y los vendieron como esclavos. Tras apropiarse de las riquezas de los iceni, los romanos exigieron el «pago» de las deudas para con la corte romana.
Como todo había sido dado en propiedad a Nerón, los iceni no pudieron pagar las exigencias de sus conquistadores. Boadicea fue tomada como responsable de las cuentas, y los romanos desearon poner un ejemplo con ella. Fue desnudada en público y flagelada, y sus dos hijas fueron violadas por los legionarios.
Tras el ataque, Boadicea recobró a sus hijas y regresó con su gente. Humillada y furiosa, convocó a la guerra a todos lo que quisieran unirse a ella. La noticia de la desgracia de los iceni se difundió rápidamente, y muchas tribus rebeldes que estaban dispersadas y divididas por viejas rencillas, se alistaron bajo su mando.
Así logró reunir a más de cien mil guerreros, hombres y mujeres que habían sufrido bajo la dominación romana. Los guió entonces hacia la colonia de oficiales imperiales en Camulodunum, y con la ayuda de los rebeldes que habitaban en el lugar inició el ataque. La batalla duró varios días, y algunos romanos lograron escapar y dar la voz de alarma en Londinium (actual Londres). Catus Decianus envió como refuerzo a solamente doscientos hombres, que fueron vencidos rápidamente por las fuerzas de Boadicea. Por fin los sublevados lograron derrotar a los que se defendían atrincherados en uno de los templos. Camulodunum fue completamente destruída y sus habitantes asesinados.
Para responder a este ataque la IX Legión Hispana, dirigida por Petilius Cerialis, fue despachada hacia los restos de Camulodunum desde su campamento ochenta kilómetros al norte. Sin embargo sus cinco mil hombres fueron emboscados, los soldados de infantería hallaron su fin ante las espadas de las tropas de Boadicea, y Petilius, junto con lo que quedaba de la caballería se replegaron al norte. Así la rebelión continuó, y bajo el liderazgo de la reina de los iceni se dirigieron a Londinium.
Ante las noticias de la marcha de los rebeldes el procurador Decianus abandonó la ciudad junto con todo su personal, dejando a Bretaña sin administración. El gobernador Suetonius Paulinus, que se encontraba en el sur exterminando poblados rebeldes, regresó con rapidez a Londinium con sus tropas. Inspeccionó las fortificaciones de Londinium y pronto se dió cuenta de que no podría ser defendida, y a pesar de los ruegos de sus habitantes se retiró, dejando a la ciudad a su suerte.
De esta manera Boadicea no encontró gran resistencia al atacar Londinium. Sus guerreros capturaron a los nobles romanos y los torturaron. La ciudad entera fue derribada e incenciada. Boadicea dejó las ruinas de Londinium y se dirigió a Verulamiun, muchos de cuyos habitantes huyeron de inmediato. Suetonius convocó la II Legión Augusta, pero no llegaron a tiempo para defender la ciudad. Verulamiun fue arrasada como las otras ciudades.
Había llegado el momento en que Boadicea se enfrentaría directamente al gobernador Suetonius. Pero este no era un burócrata débil como el procurador, sino un militar entrenado y con experiencia. En el lugar de la batalla (que no se sabe a ciencia cierta dónde tuvo lugar) los romanos organizaron sus legiones. Eran diez mil en total, y a pesar de ser grandemente superados en número su estrategia era superior.
Según los historiadores romanos Boadicea estuvo al frente de su ejército en esta batalla, vestida con su tartana, cansada y herida, pero decidida y armada. Muchos de los rebeldes luchaban desnudos según su costumbre, su piel pintada de azul y blandiendo lanzas y espadas. Mas la astucia de los romanos prevaleció, y el ejército de Boadicea fue diezmado por las jabalinas de sus enemigos. Tras esto siguieron los soldados de infantería, y por fin los rebeldes fueron rodeados por la caballería romana.
Algunos rebeldes lograron escapar, y en los años siguientes continuaron las escaramuzas contra los romanos vencedores. Boadicea escapó también, pero sabía lo que sería de ellas si fuera capturada: Sería el trofeo de Suetonius en su marcha triunfal en Roma y sufriría violaciones y torturas antes de morir en el circo romano. Sabía también que ni ella ni sus hijas podían esperar clemencia del emperador Nerón.
Boadicea puso fin a su propia vida por medio del veneno. Los fieles seguidores que la acompañaron hasta el final le dieron un funeral digno de una reina y una heroína. Pero el lugar de su sepultura permaneció en secreto, para evitar su profanación por los romanos y para que quedara como símbolo de la resistencia contra los invasores.
Josephine Baker
Venus de ébano
Símbolo de la desinhibición de los ’20, investigada por el FBI desde los ’50 y madre adoptiva de una docena de niños de distintas razas y religiones, la estadounidense nacionalizada francesa bailó y cantó con un sello inimitable. Activista de los derechos civiles y espía en la II Guerra, dejó tras de sí una fascinante estela de misterio.
El 12 de abril de 1975, una imagen de prensa capturaba el rostro hierático de la princesa Grace de Mónaco, frente a la centenaria iglesia parisina de la Madeleine. Protegida por amplios lentes oscuros y vestida con el riguroso negro que la ocasión aconseja, la ex actriz sobresalía entre las más de 20 mil personas que llegaron a despedir a Josephine Baker, la primera estadounidense enterrada en Francia con honores militares.
Apenas cuatro días antes, la propia Grace –aparte de Sophia Loren, Alain Delon, Mick Jagger y otras celebridades- había aplaudido rabiosamente a la Baker, quien resumía sus 50 años de carrera en Francia con un espectáculo extravagante en el teatro Bobino, para el cual las entradas estuvieron agotadas con semanas de antelación.
Josephine, con más de una crisis cardíaca en el cuerpo, lucía su espléndida delgadez de 68 años en un show que dejó a los críticos extasiados y puso a la controvertida diva, en atención a los sucesos posteriores, en una posición privilegiada frente a la historia.
Porque puede no haber sido la mayor estrella de music-hall de todos los tiempos, ni la mejor bailarina o cantante. Pero la imagen de esta show woman desinhibida, activista de los derechos civiles, feminista sui generis y símbolo de la Resistencia, sigue aún intrigando.
Josephine nació el 3 de junio de 1906 en Saint Louis, la capital de Missouri, de padres con ambiciones artísticas: la lavandera Carrie McDonald y el baterista de vaudeville Eddie Carson, quien abandonó el hogar en 1907. Carrie se casó pronto con un hombre amable, pero crónicamente desempleado, con el que tuvo tres hijos. Los pequeños fueron tratados con severidad por una madre que desde temprano les hizo ver que no pretendía que fuesen una carga.
En consecuencia, JB debió trabajar desde los ocho años como aseadora y babysitter en hogares de familias blancas, donde escuchaba frecuentemente advertencias del tipo «no vayas a besar a la guagua´´. Paralelamente, aprendía los ritmos asociados al jazz y ya a los 13 años había asimilado un gran repertorio de movimientos. Para entonces había dejado su casa, y en el par de años que siguió se casó dos veces, la segunda de ellas en Filadelfia con William Baker, cuyo apellido retuvo pese al pronto divorcio y a los dos matrimonios que contrajo más tarde.
Dado que su ambición era el baile se unió en 1919 a un grupo de músicos callejeros, que en cierta ocasión fueron contratados para el entreacto del show de una compañía más grande, The Dixie Steppers. El encargado de la misma desconfió de la treceañera como bailarina, pero la contrató como vestuarista. Josephine, por si la suerte se asomaba, aprendió todos los pasos y cuando una bailarina se lesionó, tuvo la chance de figurar como la bufona que gesticula y baila a destiempo.
Pero a los 15 años era considerada muy joven para el oficio –aparte de «muy oscura´´–, por lo que decidió probar suerte en Nueva York. Allí se hizo contratar como vestuarista, nuevamente, ahora para Shuffle Along, la gran comedia musical de la época, compuesta e interpretada por negros.
El modus operandi se mantuvo y cuando una bailarina se ausentó, Josephine tuvo la oportunidad de deslumbrar a Noble Sissle y Eubie Blake, creadores del musical, quienes la convirtieron en su protegida. En su siguiente espectáculo, The Chocolate Dandies, ella tenía asegurado el protagonismo.
Para 1925, Josephine era figura del Plantation Club –versión Broadway del mítico Cotton Club-, pero empezaba a sentirse presa de la dimensión cómica de sus performances. De ahí que aceptara de buena gana formar parte de una troupe de 25 artistas contratados por el Théâtre des Champs Elysées. El dueño del lugar estaba persuadido de transformarlo en music hall y quería dar un golpe con La Revue Nègre. El espectáculo, estrenado el 2 de octubre fue un éxito arrollador. Y la Baker, su gran estrella: apenas vestida, el número Danse Sauvage la mostraba simulando un apareamiento primitivo. El público, boquiabierto, no dejaba de mirar.
Un crítico la llamó «la Venus negra´´ y Josephine, encarnación del furor por el charleston, se puso de moda. Su pelo engominado y su vestimenta suelta se convirtieron en moda –se vendía, de hecho, un fijador marca Bakerfix-, mientras ella se convertía en ícono de la liberación femenina. Posaba para Picasso, Calder y Man Ray. En un París sediento de exotismo, ella era diosa y gastaba sin miramientos en ropa, joyas y mascotas: en una época tuvo simultáneamente un leopardo, un chimpancé, un cerdo, una serpiente, una cabra, tres gatos y siete perros.
Tras el éxito del musical La Folie du Jour (1926), en el que aparecía con una característica falda a la que se adherían 16 plátanos, se convirtió en la figura del espectáculo mejor pagada en Europa, rivalizando con Gloria Swanson y Mary Pickford por el cetro de la mujer más fotografiada del mundo.
Llegaron las ofertas del cine y las grabaciones discográficas, donde destacaron clásicos como J’ai deux amours. También las giras internacionales: en Viena, una iglesia próxima al teatro donde se presentaba anunció un oficio de tres días, para expiar los ultrajes a la moralidad cometidos por la bailarina. En Munich, la policía le impidió actuar por temor a incidentes y en Chile los santiaguinos se «soltaron´´ un poco, al decir de ciertos reportes.
Pero faltaba el reconocimiento en su país, que demoró en llegar. En 1936 fue contratada para actuar en los Ziegfeld Follies, lo más parecido a las revistas parisinas en EE.UU. Más recatada en el vestuario y contenida en el baile, fue destrozada por la prensa. Time habló de la «joven negra con dientes de conejo cuyo cuerpo no es mejor que el de tantas artistas de cabaret y que, en cuanto al baile y el canto, podría ser despedida en cualquier lugar que no sea París´´. Ella quería triunfar, no como artista negra, sino como artista a secas.
Por eso decidió volver una y otra vez, hasta que en 1973 recibió una ovación gigantesca en el Carnegie Hall, sin que hubiese empezado a actuar. Pero antes hubo una serie de frustraciones. En 1951 llegó a actuar al Copa City de Miami, exigiendo en su contrato que se permitieran negros en el público, cuestión inédita. El mismo año se le rehusó el servicio en el Stork Club de Nueva York. Ella denunció el caso a la policía, a la organización pro derechos de la gente de color (NAACP) y al periodista Walter Winchell.
Este último optó por publicar artículos en los que, por un lado, incluía a Baker en un complot comunista, y por otro la señalaba como adepta a Mussolini. Tras la publicación del artículo, llegaron a Winchell cartas denunciando a la artista por todo tipo de acciones y omisiones, incluyendo una supuesta permanencia en Leningrado, en 1936, como invitada especial de la URSS. Estos documentos constan en las 359 páginas desclasificadas por el FBI, que a partir de estos incidentes la consideró «sospechosa de estar envueltas en actividades comunistas´´.
En cuanto a la política, Josephine fue intensa en los tiempos de la invasión nazi (ver recuadro), se jugó por la causa afroamericana en EE.UU., y no dudó en marchar apoyando a De Gaulle para mayo del ’68. Imprevisible en este como en otros aspectos de su vida, sus experiencias respecto del racismo la instaron a forjarse un sueño: demostrar que es posible que distintas razas convivan en armonía. ¿Cómo? Adoptando a un total de doce niños, los que vivirían con ella en Milandes, su casa de campo en Dordogne (Noreste del país), convertido en atracción turística y centro de educación. Se llamó la «Tribu del Arco Iris´´
En 1954, adoptó al pequeño Akio en Japón y de ahí no se detendría hasta ver florecer su «capital de la fraternidad´´. Pero el asunto tuvo un alto costo, desde todo cualquier punto de vista. Jo Bouillon, su pareja de entonces, la dejó después de la sexta adopción. En tanto, una vez que los niños se convirtieron en adolescentes, entraron en conflictos con su madre adoptiva, quien a su vez debió redoblar esfuerzos para mantener los ingresos cuando ya no había 300 mil turistas por año en la casa de Dordogne, finalmente rematada.
El sueño de Josephine se frustró, en cierto modo, pero ella siempre encontró nuevos desafíos. Buena parte de su leyenda la alimenta, de hecho, el haber logrado triunfar cuando todos la creían acabada. La otra parte es el misterio de esta mujer camaleónica, que con ella se fue la tumba.
Fuente: AzaMujer
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