Carmen Miranda
Para 1948, Carmen Miranda llevaba casi una década en Estados Unidos. En ese período, había llegado a convertirse en la mujer mejor pagada del país, gracias a sus incursiones en la radio, el cine y el disco, además de sus celebradas presentaciones en teatros y clubes. «La embajadora de la samba´´ tenía, con sus 39 años y recién casada, multitud de razones para estar dichosa. Pero esas razones eran casi las mismas que le producían una profunda inquietud.
Es cierto, era una celebridad. Había estampado sus manos en el cemento del Teatro Chino de Hollywood y para todo el mundo era «The Brazilian Bombshell´´ (La bomba brasileña). Pero estaba también consciente del precio que tuvo que pagar: ser la latina colorinche, exótica, sonriente y abarrocada, que pese a haber dominado el inglés debía seguir hablándolo con un pesado acento carioca para despertar la sonrisa del estadounidense promedio. Que pese a su sensibilidad artística y a su interés por ampliar los horizontes profesionales, estaba atrapada en el cliché que la hizo triunfar.
Y así fue como, a mediados del año señalado, usó una actuación en Las Vegas para morder en público su rabia. Ataviada con un traje fucsia lleno de mostacillas resplandecientes, que destacaba sobre un fondo rojo y negro, pidió a sus músicos que dejaran de tocar, para sorpresa de una audiencia que hasta el minuto disfrutaba con temas como «Mamá yo quiero´´ y «Tico tico no fubá´´. Tras cavilar un par de segundos, e indicando el colorido sombrero que la coronaba, exclamó: «¡Ah, ustedes no saben que me gano la vida gracias a todos estos plátanos! Sííí, pues… Es lo único que he hecho toda mi vida… ¡Mi negocio son los plátanos!´´ (Bananas is my business es, de hecho, el nombre de un documental sobre su vida, estrenado en 1995).
La gente reía. Y ella empezó a arrojarles sus pulseras y otros accesorios. Pasó poco rato, Carmen volvió a interrumpir la música e hizo lo impensable: se despojó bruscamente del turbante que cubría su cabeza y descubrió una cabellera teñida rubia, para callarles, según dijo, a los que decían que trataba de ocultar una calvicie. Tras los gritos de sorpresa del respetable cantó el último tema y se fue a su camerino.
Descrito en Las Noches de Carmen Miranda -de la escritora chilena Lucía Guerra-, el episodio grafica las luces y sombras de un personaje cuya complejidad aparece barrida de un plumazo por el ícono que hizo de sí misma, disperso a través del mundo gracias al éxito de la samba y a la omnipresencia de Hollywood.
Sombrerera con suerte
Maria do Carmo Miranda da Cunha nació el 9 de febrero de 1909 en Marco de Canavezes, pueblo rural del distrito portugués de Porto. Fue la segunda hija de doña María Emilia y don José María, quienes decidieron, poco después de bautizarla, que este último invertiría los modestos ahorros familiares para viajar de avanzada a Brasil y luego mandar a buscar a los suyos.
Se decía que la ex colonia rebozaba en riquezas para quien tuviera el tesón de explotarlas, y con esa idea se instalaron todos en Río de Janeiro, en 1911. Allí nacieron cuatro niños más, sin que la fortuna apareciera por ninguna parte. Con lo que don José María ganaba como peluquero no alcanzaba y las cosas apenas se compusieron cuando la familia se mudó a una casa más grande en el distrito de Lapa, barrio de marineros, borrachos y prostitutas. Allí recibían pensionistas, mientras Carmen asistía a la escuela de Santa Teresa.
Destacó en el coro, donde su reducida estatura la hacía ocupar el primer lugar de la fila. Pero más que de himnos religiosos, disfrutaba de la samba y del tango. Alumna competente, dejó antes de tiempo el colegio para ayudar económicamente a la familia. Su hermana mayor, Olinda, le enseñó costura y ella aplicó esos conocimientos mientras trabajaba en una tienda de sombreros y luego en una de corbatas. En esta última conoció a Mario, su primer novio, quien la pidió en matrimonio.
La idea de Carmen era hacer sombreros y ahorrar para casarse con Mario. Pero la plata llegó antes y en cantidades mayores de lo esperado…, aunque el matrimonio jamás tuvo lugar.
Conocida por sus dotes vocales, «Carminha´´ era invitada frecuente a las fiestas del barrio, en una de las
cuales fue «descubierta´´ por un diputado bahiano, quien la recomendó al músico y compositor Josué de Barros.
Tras cinco meses de lecciones por parte de Barros, llegó la grabación de un single. Para que su estricto padre no se enterara, quedó eliminado el «da Cunha´´ y de ahí en más sólo se hablaría de Carmen Miranda. Pese a la molestia inicial, el estricto don José María llegaría a convertirse en su manager. A comienzos de la década del ’30, el tercer single grabado por Carmen para RCA Victor (la marcha «Pra voce gostar de mim´´) vendió la cifra record de 36 mil unidades. De la noche a la mañana, había nacido una celebridad.
Nova Iorque
Estrella radial indiscutida, Carmen supo innovar por la vía de ampliar el público de la samba, víctima hasta entonces de la discriminación de los grupos medios y acomodados, que la veían como «música de negros´´. El ritmo, sin embargo, se convirtió en fetiche de lo autóctono brasileño y Carmen, en su mejor encarnación: una muchacha que sin llegar al 1.50 m, era capaz de llenar los escenarios.
Inició giras a lo lago y ancho de Brasil. También ganó notoriedad en Argentina. Gracias al compositor Dorival Caymmi incorporó elementos bahianos en su música y su look cada vez más atrevido, que fuera de causar no poco escándalo, la confirmó como una personalidad única en su clase.
Pero la salida al mundo sólo fue posible una noche de 1939. Lee Shubert, empresario teatral estadounidense de vacaciones en la ciudad, llegó hasta el Casino Urca. Y no pudo creer la mezcla de sensualidad, folclor y exótica sensualidad que tenía frente a sus ojos. Ocultando parcialmente su entusiasmo –como todo buen negociador- ofreció a Carmen integrarse a un espectáculo en Broadway. Ella aceptó, siempre y cuando lo acompañaran los seis músicos de su Banda de la Luna (entre ellos Aloysio de Oliveira, el amor de su vida).
Así, el zarpe de su barco rumbo a Nueva York (Nova Iorque, como ella la conocía) se convirtió en un acontecimiento nacional. Carmen, que no tenía los rasgos físicos de las luminarias estadounidenses y apenas conocía el nuevo idioma, arriesgaba su prestigio por conquistar otro mercado. Pero ganó.
Se presentó en el espectáculo Streets of Paris, pegoteo de sketches y canciones en el que intervenían comediantes como Abbott y Costello. Sus seis minutos en escena bastaron para que un crítico neoyorquino escribiera: «Su figura no es nada del otro mundo, y además canta en lengua extranjera. Así y todo, es la mayor sensación de la temporada´´.
La idea era estar unas semanas fuera, pero terminó siendo más de un año. En ese lapso, Saks Fifth Avenue ofreció una línea de faldas, blusas y turbantes en su estilo, mientras el New York Journal la puso en la lista de personajes que más figuró en los diarios durante 1939. Carmen era sensación, como recuerda Woody Allen en su película Días de Radio, donde se ve a toda una familia bailando en «trencito´´, al compás de sus pegajosas melodías.
En tanto, el estallido de la II Guerra y la consecuente política de «buena vecindad´´ hacia América Latina derivó en que los estudios Fox buscaran un rostro del sur para mezclar en sus nuevas cintas ritmos y colores exóticos. Y ahí estaba Carmen, que intervino en un set de lo que se conocería más tarde como banana movies, algunas de las cuales se consideran entre lo más representativo de los musicales de la Fox.
El último baile
En 1940 Carmen regresó a Río, donde la recibió una muchedumbre delirante. Sin embargo, una presentación de caridad frente a un público adinerado se convirtió en el mayor fiasco de su carrera. Llegó saludando con un «Good Night!´´ y la respuesta fue el silencio. Carmen, para los más quisquillosos, había desnaturalizado y prostituido la música brasileña.
Dolida, regresó pronto a Estados Unidos, donde sólo se comentaba que «Carmen Miranda is fun!´´, lo que alimentaba su vanidad, aún sabiendo que en cierto modo la veían como una atracción de feria. Como un bicho raro, al que distintos comediantes -incluido Jerry Lewis y Bugs Bunny- se permitían ridiculizar. Consciente de que la fama se escapa sin preguntar, multiplicó ad nauseam los adornos en su ropa y cediendo acríticamente a los manejadores de su imagen.
Compró una casa en Beverly Hills, donde llevaría a su madre y hermanos. Allí también vivió con el productor David Sebastian, su único esposo. De él quedaría embarazada en 1948, pero una pérdida la hizo abandonar la ilusión de ser madre. Aloysio, su gran amor, revelaría que en el primer viaje de ambos a EE.UU. ella quedó embarazada, pero no se lo contó, para no arruinar la carrera de ambos y para no forzarlo a casarse con ella.
Como señala Lucía Guerra a Mujer, Carmen Miranda fue diva de Hollywood, pero también su víctima. «Tomaba pastillas para dormir o para estar despierta, las operaciones de cirugía estética casi le produjeron la muerte, luego se hizo adicta al alcohol como un modo de evadir el fracaso. Y esto, junto con una vida matrimonial en la cual hasta sufría los golpes de su marido, la llevaron a un desgaste sicológico que los médicos quisieron remediar con el espantoso método del electroshock´´.
Carmen no sólo fue el epítome en los años de la guerra. También fue en un extraño caso de tozudez para permenecer vigente: terminada la guerra y el boom de los banana movies, pujó por no desaparecer. Y lo curioso es que lo consiguió. Finalizado su contrato con Fox, se las arregló para seguir rodando junto a figuras de la talla de Groucho Marx. Y para llenar clubes con sus incondicionales.
A mediados de 1955 –poco después de regresar por última vez a Brasil- fue invitada al popular show televisivo de Jimmy Durante. El 4 de agosto, tras un extenuante número de mambo, dijo «bonas noches, bonas noches´´ y sin dar la espalda al público, retrocedió bailando y luego movió su pañuelo en señal de adiós. Horas más tarde, fue víctima de un ataque cardíaco. Tenía 46 años.
Jiang Ping
Jiang Qing (o Chiang Ching) nació en 1014 en la provincia de Shantung en el este de China. Su nombre original era Li Yunhe, pero lo cambió a Lan Ping cuando se convirtió en actriz en la década de 1930.
En 1933 se unió al Partido Comunista, y fue enviada a Shangai, donde trabajó en teatros y a dar clases nocturnas a los obreros de la ciudad. En 1937 se trasladó a Yan’an, donde Mao Zedong (Tse Tung) había establecido su base. En Yan’an trabajó con la unidad de Documentales.
Dos años depués de conocer a Mao Zedong, ambos contrajeron matrimonio, a pesar de la oposición de varios dirigentes políticos del partido comunista. Esta oposición cesó con la condición de que a Jiang Qing no le fuera otorgado ningún poder político. A pesar de eso, cuando los rivales políticos de Mao no se atrevían a atacarlo abiertamente, iniciaban rumores en contra de su esposa.
Después de la victoria de los comunistas chinos en 1949 Jiang Qing se dedicó a las actividades culturales del país, respaldada por el poder político de su esposo. Llegada la década de 1960 revolucionó la ópera de Pekín, donde sustituyó las obras tradicionales por otras que resaltaban la doctrína política, económica y social de Mao. De esta forma, a pesar de la oposición de muchos personajes influentes de su entorno, Jiang Qing fue introduciéndose cada vez más en la vida política china.
Al fracasar la iniciativa del Gran Salto Adelante, con la que pretendía crear un sistema socialista adecuado para las condiciones chinas, la posición de Mao dentro del partido quedó debilidata. El vicepresidente Liu Shaoqui y el secretario general Den Xiaoping lograron restablecer el orden económico, y al ganar influencia se vieron enfrentados con el poder de Mao, cuya autoridad se vió disminuída.
Jiang Qing organizó y lideró entonces un grupo de defensores radicales de la política maoista (Wang Hongwen, Zhang Chunqiao y Yao Wenyuan).
Fueron llamados peyorativamente la Banda de los Cuatro. Su poder se manifestó por vez primera en 1965 en un ataque público de Yao a una obra literaria que estaba siendo investigada por Jiang; el incidente fue uno de los desencadenantes de la Revolución Cultural. Los cuatro dominaron la educación, la ciencia y la tecnología, y controlaron severamente la actividad de los intelectuales. Su política fue llevada a cabo por los «guardias rojos» y dirigida principalmente al derrocamiento y la persecución de los funcionarios del partido, profesores, médicos y cualquiera con nivel o cualificación que pudiera ser etiquetado de elitista. Llevaron a cabo varias purgas contra los rivales de Mao.
La Revolución Cultural provocó muchos desórdenes, y la oposición interna en el Partido Comunista fue en aumento. En 1969 se celebró su IX Congreso, en la que los altos dirigentes que habían sufrido la Revolución llegaron a la convicción de que algo así no debería repetirse. Con el descrédito del maoísmo líderes como Deng Xiaoping fueron animados a buscar alternativas. Esta convicción se convirtió en una importante condición previa para las reformas económicas de finales de la década de los años setenta.
A pesar de estos acontecimientos la posición de Mao Zedong dentro del partido era sólida, y durante un tiempo Jiang Qing mantuvo una fuerte influencia. Pero tras la muerte de Mao en 1976 los miembros de la Banda de los Cuatro fueron arrestados y acusados de una serie de delitos, incluida la traición. Su juicio se realizó a finales de 1980. Declarada culpable, Jiang Qing fue sentenciada a la pena de muerte, que le fue conmutada por cadena perpetua en 1983. Según el reporte oficial, se suicidó el 14 de mayo de 1991.
Aphra Behn
Aphra Behn, considerada por muchos como la primera escritora profesional de lengua inglesa, nació cerca de Canterbury, Inglaterra, en julio de 1640, con el apellido Johnson. Cuando todavía era una niña fue llevada a Surinam, donde conoció a un esclavo de nombre Oroonoko, que inspiraría una de sus futuras novelas. Regresó a Inglaterra entre 1658 y 1663, donde contrajo matrimonio con un comerciante holandés apellidado Behn. Su esposo murió tres años después de su matrimonio.
Introducida a los círculos políticos de la corte inglesa del rey Carlos II, fue enviada como espía a Antwerp, en la actual Bélgica, durante la guerra entre Inglaterra y los Países Bajos. Proveyó a las autoridades de su país con información política y naval, pero a cambio recibió una paga reducida. Al regresar a Inglaterra pasó un breve tiempo en prisión por sus deudas.
Con sus conocimientos de idiomas y literatura, Aphra Behn pronto se dedicó a la escritura de poemas, novelas y obras de teatro para ganarse la vida. Escribió para el teatro «El Matrimonio Forzoso», una comedia audaz y dinámica, «Las Cortesanas Fingidas» y «El Vagabundo», una obra en dos partes donde narra las aventuras de un grupo de caballeros ingleses en Madrid y Nápoles durante el exilio de Carlos II. En su farsa «El Emperador de la Luna» utiliza como fuente el estilo de improvisación italiano conocido como la Commedia dell’ Arte; la adaptación realizada por Aphra Behn fue un avance de la pantomima moderna.
Estas obras tuvieron mucho éxito, y fueron presentadas al público con el patrocinio del duque de York. En 1688 escribió la novela «Oroonoko o el Esclavo Real», en la que subvierte las ideas de su tiempo sobre los pueblos «no civilizados», y en la que muchos ven la primera novela filosófica en lengua inglesa. Además se dedicó a hacer traducciones literarias del francés y el latín al inglés.
Tal vez por sus pasadas actividades de espionaje, Aphra estuvo siempre fascinada por la relación entre el sexo y el poder, tanto en lo personal como en lo político. Llegó a ser muy conocida en su sociedad, tanto por sus obras como por ser independiente, sin estar sujeta a la autoridad de un marido. Estas ideas se consideraban inapropiadas para una mujer, y por esta razón se encontró con frecuencia con el rechazo de las autoridades literarias y políticas. El marqués de Halifax llegó incluso a afirmar que «la injustificable libertad de algunas mujeres condenaba al resto a ser reducidas».
Aphra Behn falleció el 16 de abril de 1689, y fue sepultada en la Abadía de Westminster. Es recordada tanto por sus obras literarias como por sus esfuerzos para lograr que la voz femenina fuera escuchada en la sociedad. Con las palabras de Virginia Woolf: «Todas las mujeres deberían depositar flores en la tumba de Aphra Behn, pues fue ella quien ganó para ellas el derecho de expresar sus ideas».
Tatiana Proskouriakoff
El 23 de enero de 1909, nació en Tomsk, Siberia, Tatiana Proskouriakoff. Su abuelo era profesor de ciencias naturales, su padre Avenir Proskouriakoff era químico e ingeniero y su madre Alla Nekrassova era física.
Como puede verse, su entorno era científico y no fue extraño que desarrollara una inclinación bastante marcada hacia este campo del conocimiento. Sus padres se hayaban involucrados en el círculo intelectual ruso prerrevolucionario, y en 1915, nombran al papá inspector para supervisar la elaboración de armas para su país en Estados Unidos. Esto sucede durante la I Guerra Mundial, y poco después la familia entera se le une a Avenir en Pennsilvania, donde se establecen tras la Revolución Bolchevique.
Tatiana, conocida por amigos y familiares como Tania, obtiene la nacionalidad estadounidense en 1923. Una vez que termina sus estudios básicos, entra a estudiar a la Escuela de Arquitectura del Colegio Estatal de Pennsylvania.
Para la época de la Depresión, Tatiana se ve obligada a trabajar primero en la tienda Wannamakers, y más adelante como dibujante. Este oficio, en el que no era nada incapaz, la acerca al Museo de la Universidad, donde hace un voluntariado para el curador, peromás adelante es contratada aunque con un salario muy básico que con dificultad le alcanzaba para vivir.
Linton Satterthwaite, el reconocido arqueólogo observa en la joven un gran potencial, y se la lleva a una expedición por el mundo maya, pero sin remuneración alguna más que sus gastos cubiertos. Cuando Tania se enfrentó por primera vez a la belleza ancestral de Palenque le cambió la vida. Había descubierto su verdadera vocación.
Desgraciadamente, al poco tiempo Satterthwaite sufrió de graves problemas económicos y le era imposible seguir manteniendo a Tatiana en territorio maya. No obstante, la suerte de Tatiana estaba lejos de agotarse, y Sylvanus Morley, impresionado por la calidad de sus trabajos de reconstrucción, decide seguir costenado su estadía.
Para este entonces, se desplaza a Copán y a Chichén Itzá, donde continúa con la labor que se había converido en su vida: los dibujos reconstrucivos del mundo maya. En 1946, por fin, publica su Album de Arquitectura Maya y el mundo ve finalmente una de las interpretaciones más certeras de este universo antiguo.
Pero la labor de Tatiana no se limita a sus publicaciones, sino que además desarrolló un método para fechar monumentos con base al estilo morfológico y escultural, el cual consiste en un análisis minucioso de los monumentos mayas conocidos y proporciona fechas con un rango probable de 20 o 30 años.
En 1943, Kidder que estaba más que impresionado por sus capacidades y empeño, la asciende a miembro del equipo de arqueología del Carnegie Division of Historical Research, donde continúa con sus estudios. Al rededor de esta época, ella descubre que los treinta y cinco monumentos de Piedras Negras tienen un orden en su disposición y considera que pertenecen a un período de un solo governante. Además, descubre en las estelas datos del nacimiento y del ascenso al trono del governante, así como nombres y matrimonios de otras personalidades, especialmente de mujeres, y las fechas de logros militares.
De igual forma, desarrolló el aspecto dinástico de las ciudades mayas. Entre los documentos más completos de las dinastías temporales están los de Yaxchilán, en los que reconstruye la historia de la dinastía Jaguar que reinó en el siglo VIII d.C. Los registros empiezan con el advenimiento de Escudo Jaguar que fue sucedido en 752 d.C. por Pájaro Jaguar, posiblemente su hijo. Reconoce además que algunos dinteles celebran ritos de autosacrificio de sangre, lo cual fue revolucionario ya que en esa época, todos los estudios apuntaban a que los mayas eran un pueblo de intelectuales y científicos totalmente pacíficos.
En 1953, regresa a las editoriales ahora con un estudio de la escultura maya el cual posibilita la comparación de fechas de las obras y la evolución del relieve maya, desde sus inicios hasta el declive de la civilización. Tanto este estudio como el de arquitectura son impresionantemente precisos y han servido para conservar información de diferentes sitios y artefactos que han cambiado con el tiempo.
Cinco años más tarde, el Peabody Museum of Archaeology and Ethnology de la Universidad de Harvard le ofrece la Curaduría de Arte Maya por lo que abandona por completo la Carnegie Institution. En este puesto, estudia los glifos mayas y como resultado escribe en 1960 el artículo Historical Implications of a Pattern of Dates at Piedras Negras Guatemala.
En 1974, publica después del largo y arduo trabajo de quince años, la obra de restauración de las 1000 piezas de jade obtenidas del Cenote de Chichen Itzá y analiza motivos de la cerámica maya. El año anterior, inicia la escritura de su texto más amplio Maya History, el cual quedó inconcluso y que no ha sido tan difundido.
Cuando tiene 76 años, la muerte la sorprende en el norte de Estados Unidos.
Importantes investigadores del campo de la arqueología han evaluado la importancia de su trabajo desde diferentes perspectivas. Para Coe, ella inició los estudios de historia escrita en los monumentos mayas, Houston resalta el estudio formal de las características del arte maya, y Joyce su aproximación iconográfica dela rte maya.
Independientemente de esto, es indudable que Tatiana demostró un carácter especialmente dedicado al estudio científico el cual realizó con paciencia y extraordinaria rigurosidad. Además, sus habilidades artísticas e imaginativas de las que no carecía, fueron el complemento ideal para que sus dibujos fueran lo más acertados posibles y sus intepretaciones sensibles y cargadas de humanidad, pues ella demostraba un verdadero respeto hacia sus objetos de estudio.
Isadora Duncan
En el nicho 6921 de Père Lachaise –el cementerio parisino de María Callas, Oscar Wilde, Jim Morrison y otros tantos- están los restos de Isadora Duncan, bajo techo y encima de otro nicho. En este último sólo se lee «Dieu est lumière´´ (Dios es luz), en dorado, junto a una pequeña cruz del mismo color. En la placa de ella dice: «DORA GRAY DUNCAN, 12 de abril de 1922´´.
El asunto es doblemente irónico. Por un lado, Isadora odiaba la idea misma de Dios: su madre, atea militante, le inculcó desde niña que éste no existía y ella, si es que creía en divinidades, tenía en su espíritu las de la Antigua Grecia. Por otra parte, la fecha de su insólita muerte no sólo no coincide con la que figura en la placa: es cinco años posterior. Pero de ironías la vida de Isadora tuvo bastante, y esta última sólo tiene la dudosa gracia de ser postmortem.
La vida de la bailarina más aclamada y acontecida, pionera de la danza moderna, tuvo el signo de la intensidad.
Se ha dicho que Isadora Duncan bailó apenas aprendió a caminar. Y ella misma cuenta que su primer recuerdo es de cuando la lanzaban a través de una ventana durante un incendio. Estas anécdotas, queda claro, alimentan tanto su historia como su leyenda. Y, como dice su biógrafo Peter Kurth, «los hechos no eran preocupación de Isadora´´. Tanto así, que se pueden tomar dos o tres biografías distintas y encontrar absoluta divergencia en datos vitales.
En todo caso, es más o menos claro que el 26 de mayo de 1877 nació en San Francisco la más pequeña de los cuatro hijos de Joseph Charles Duncan y Mary Dora Gray. La madre descendía de irlandeses. El padre, según Kurth, era un nativo de Filadelfia que recorrió medio país hasta instalarse en California. Cinco días antes del bautizo de Isadora, el banco que Charles Duncan había fundado se vino al suelo y la familia también. Por entonces, la pareja estaba prácticamente separada, pero el divorció se concretó sólo tres años después, cuando Mary descubrió cartas perfumadas entre su esposo y una rica heredera, que incluían planes de escape.
A través de su madre, que de golpe se hizo cargo de cuatro niños a quienes condujo a Oakland, Isadora aprendió a aborrecer la institución matrimonial. Odiaba, además, la escuela y cada vez que sonaba la campaña, partía corriendo a la playa. «De la contemplación de las olas´´, escribió más tarde, «me vino la primera idea de la danza. Trataba de seguir su movimiento y de bailar a su ritmo´´.
La pequeña renueva el baile sin haberlo aprendido jamás, y quiere compartir ese interés con sus pares. Se corre la voz e Isadora se llena de alumnos.
A los 12 años, deja la escuela para consagrarse a sus alumnos, que empiezan a dejar algo de dinero. Su enseñanza, que pasa por innovadora, llega pronto a oídos de la gente más rica y snob de San Francisco. Su madre la inscribe en una academia de danza clásica, pero ella aborrece un esquema que considera desprovisto de alma. «Nada de andar sobre la punta de los pies ¡Va contra la naturaleza!´´. Isadora no tiene método y nunca lo tendrá. Reconoce sólo una escuela: la naturaleza. Y sólo un maestro: Terpsícore, la musa de la danza, hija de Zeus y Mnemosine.
Formada junto a sus hermanos en un mundo de música, libros e histrionismo, que desprecia cualquier sentido del orden o la disciplina, descubre que la familia entera puede ser una pequeña compañía. Los cinco se lo toman en serio, alquilan un cobertizo y organizan presentaciones, cuyo éxito los lleva a ser contratados para una gira por la Costa Oeste. El momento ha llegado, piensa Isadora, para dar el salto.
La familia llega en 1895 a Nueva York, donde vuelve a ser acosada por el fantasma de la pobreza. Un empresario teatral ofrece a Isadora un pequeño papel de mimo. «Pero señor, yo soy bailarina. He recuperado la danza de los antiguos griegos´´, responde ella. «Da lo mismo, le daré 15 dólares a la semana´´. Mordiendo su impotencia, incursiona en un género que le parece falso y ridículo. Algo semejante le ocurre cuando el mismo empresario le consigue un papel de hada en Sueño de una Noche de Verano. Con este rol, sin embargo, inicia una gira cuyo éxito conduce a nuevos contratos y a ser finalmente «descubierta´´ por el músico Ethelbert Nevin.
La suerte empezaba a sonreírle, pero todo parecía muy frágil. En Chicago tuvo un par de encuentros con Ivan Mirovski, pianista de origen polaco. Cuando se separaron por última vez, Ivan le dijo que iría a buscarla y que se casarían. Pasó el tiempo y él no llegó. Ella supo más tarde que el pianista llevaba tres años casado en Inglaterra.
Gracias a las loas de Nevin, por otro lado, Isadora se abre camino en la alta sociedad neoyorquina. La ciudad saludó a una nueva estrella que, al decir de un periodista de San Francisco, combinaba la «sabiduría milenaria con la simple inocencia de las ovejas que pastan en las colinas atenienses´´. Sin embargo, Duncan era una moda, que además pasó muy rápido. Mientras los bolsillos familiares quedaban nuevamente vacíos, Isadora soñaba con Europa.
Ignorada por la gente del teatro e incomprendida –según ella- por los ciudadanos de a pie, ¿a quién le importaban sus preocupaciones estéticas? «Ya no cree en Norteamérica´´, escribe su biógrafo Maurice Lever. «En Europa y no en otra parte podrá suscitar vocaciones y realizar su sueño de formar a jóvenes discípulos´´. Llegan a Londres con lo puesto. Una noche, sin más público que sus propias sombras, fueron observados en acción por Mrs. Patrick Campbell, la gran diva de las tablas londinenses. Ella actuó para ellos, ellos bailaron para ella, y al final todos lloraron.
La capital inglesa, donde la realeza le rindió honores, fue la primera escala. En 1900 se instaló en el barrio latino de París, ciudad que la aclamó. Más tarde llegaría a Berlín, donde Isadora recibe una lluvia de flores. Además, su ideal romántico/helénico coincidía con extendidas tradiciones alemanas.
La familia, finalmente, llegó hasta las colinas de Atenas. Isadora reunió un grupo de niños a los que enseñó bailes bizantinos, coros y canciones. La familia completa, en tanto, salía a bailar de aldea en aldea. La gente los llamó locos y ellos quedaron, nuevamente, sin un centavo. El próximo destino fue Viena. El éxito volvió a Isadora, pero acompañado del extraño sentimiento de necesitar un compañero. Y así fue como conoció al glamoroso director Gordon Craig, una de las grandes figuras de las tablas inglesas. No hubo matrimonio, pero fue un amor real para Isadora, que pronto dio a luz a su hija Deirdre.
En medio de un frenético calendario, volvió a EE.UU. Y con algo de escándalo, considerando su uso de velos transparentes. Tal polvareda se levantó, que el Presidente Teddy Roosevelt debió proclamar que Duncan le parecía «tan inocente como una niña bailando en el jardín por la mañana, recogiendo las bellas flores de su fantasía´´. Esa vez la perdonan, pero no tanto cuando visita el país en 1910, donde la acusan de simpatías izquierdistas y de «insultar a los ricos´´, mientras baila con su segundo hijo, Patrick, en el vientre.
Sus hijos, por otro lado, le proporcionan una felicidad indecible, y serán ellos los protagonistas de su mayor tragedia. El 19 de abril de 1913, de vuelta en París, se dirige a un ensayo y pide a la niñera que vaya con sus hijos a Versalles. En la esquina del bulevar Bourdon el chofer que los llevaba maniobró para evitar una colisión, el motor se paró y debió salir con una manivela para ponerlo en marcha. Pero olvidó frenarlo: el auto descendió sin obstáculos hasta una orilla del Sena. La niñera y los pequeños murieron horas más tarde.
«Lo que te dan de fama, riqueza y amor, te lo quitan con sangre y lágrimas´´, escribiría más tarde Isadora. Su actitud rebelde le había hecho ganar muchas batallas, pero ahora sentía que ya nada importaba. Dejó de bailar, sin saber si volvería a hacerlo alguna vez. Pero descubrió una nueva energía gracias a su Escuela Infantil de Danza, un concepto integral de educación que echó a andar en distintas ciudades, sin gran éxito económico, pero despertando gran admiración. Igualmente, adoptó seis niños de sus escuelas, que bailarían con ella y a quienes la prensa francesa bautizó «Les Isadorables´´.
Contra todas sus promesas, terminó casándose, en 1922, con el poeta soviético Serguei Yesenin. Fue cuando visitó la URSS siendo aclamada por el gobierno cuando bailó en el Bolshoi el himno de la Internacional. Diría más tarde que se casó para que se permitiera a Yesenin salir del país. Y fue más o menos cierto: recorrieron buena parte de Europa, gastando y bebiendo mucho. Sobre todo el poeta, acosado por la nostalgia, ignorante de cualquier idioma que no fuera el ruso y harto de que lo llamaran «el joven marido de´´. En EE.UU. fue peor: la pésima calidad del licor de contrabando hizo estragos en la salud de él y las coreografías de ella. En Boston, además, se permite declarar que expone su cuerpo como relicario para el culto de la belleza. Y agrega que «los puritanos de Boston están esterilizando a todo el país´´. Por si faltara más polémica, homenajea repetidamente al gobierno bolchevique.
No volvería a EE.UU. Tras un tormentoso divorcio, se instala en Niza, frecuentada por amigos como Cocteau y Picasso, que presencian los espectáculos que monta en un improvisado taller. Como siempre, vive al día, ayudada por amigos y con sus pies no muy pegados a la tierra. La prensa le crítica «roscas adiposas´´ en su cintura, pero ella se siente vital y energética. Tiene varias conquistas y la última resultará fatal.
En Marsella, llama su atención un joven de 22 años. No sabe su nombre, pero lo llama «Bugatti´´, porque maneja un auto de esa marca, para la cual él, además, trabaja. A las siete de la tarde del 14 de septiembre de 1927, «Bugatti´´ pasó a buscarla en su Bugatti. Ella llevaba un inmenso pañuelo de seda iridiscente. Al tomar velocidad el auto, parte del pañuelo se enganchó en la rueda trasera. Bastaron segundos para que saliera impulsada a la calle y muriera desnucada.
Se ha escrito que sus últimas palabras fueron, «Adiós, amigos. ¡Voy hacia la gloria!´´. Nadie esperaba menos de Isadora Duncan.
Virginia Wolf
«La vida es sueño, la muerte es la que nos despierta.» Virginia Woolf
Esta mujer atormentada y maniacodepresiva dejó a las historia, una literatura renovada y fue una de las primeras mujeres intelectuales en establecer una teoría feminista.
Virginia Woolf, cuyo nombre de pila era Adeline Virginia Stephen, nació en 1882, en Inglaterra, dentro del seño de una familia con un amplio historial artístico. Su padre, Leslie Duckworth Stephen era un reconocido crítico literario, además de ser un gran alpinista.
La familia se componía de seis hijos cuando nació Virginia: Su madre, Julia Duckworth Stephen -enfermera dedicada a curar enfermos pobres o desposeídos- tenía tres hijos de su primer matrimonio, y su padre una hija. El matrimonio tenía en conjunto dos hijos más. Ambos padres, si bien contaban con una posición relativamente privilegiada, trabajan con gran esfuerzo y dedicación, hábitos que heredara Virginia, y que probablemente fueran la causa de la gran disciplina que ella mostró en cuanto a su trabajo de escritora.
Su educación fue hogareña y estuvo a cargo de tutores privados. Nunca fue a la escuela, pues las mujeres en esta época generalmente no lo hacían, y ella se lamentó de esto toda su vida, sobre todo porque no le parecía justo que mientras ella debía contentarse con los libros de su papá, sus hermanos si habían tenido la oportunidad de estudiar formalmente y obtener una carrera. Sin embargo, la ausencia de educación formal, la compensó gracias a que tenía total y libre acceso a la nutrida biblioteca de su padre, la cual ella devoró una y otra vez a lo largo de su vida, con un impresionante compromiso. Virginia estaba convencida que para escribir había que leer mucho, ya que no se podía producir de la nada. Por otro lado, mantenía crónicas de sus escritos, ideas y lecturas mediante diarios desde que era adolescente.
Aparentemente, sus primeros desequilibrios sobrevinieron después de la temprana muerte de su madre, y se agravaron con la muerte de su hermana mayor Estela, quien había cumplido un papel de segunda madre para ella.
En 1904, muere su padre. Poco después, la joven intenta suicidarse.
En 1912, contrajo matrimonio con el intelectual Leonard Woolf. El matrimonio se realizó bajo la condición de que no habría contacto sexual entre ellos, ya que ella no se sentía atraída por él en ese nivel. Durante la I Guerra Mundial, en 1917 la pareja monta una editorial, en torno a la cual se formaría un círculo de intelectuales conocidos como el Grupo de Bloomsbury, entre los que se cuentan Maynard Keynes (economista) y Bertrand Russell, (filósofo).
Las depresiones o ataques que tuvo a lo largo de su vida, generalmente iniciaban con fuertes dolores de cabeza, luego seguían pesadillas y alucinaciones, sentimientos de culpa, un rechazo total de sí misma, escuchaba voces e incluso sentía un marcado pánico a los desconocidos. Por ejemplo, en una de sus peores crisis, las tres enfermeras que la cuidaban fueron percibidas por ella como demonios. Escuchaba a los pájaros cantar en griego, sentía la luz del sol como si fuera agua dorada, y a veces pasaba días enteros hablando sin ninguna coherencia.
A lo largo de esta tortuosa vida, su marido siempre se mantuvo a su lado. La cuidaba, llevaba notas sobre su estado de salud física y mental, e incluso se encargó de que comiera, pues en un momento dado, ella adquirió una fuerte aversión por la comida, y dejó de alimentarse. Virginia intentó suicidarse de nuevo, una vez que ya estaba casada, pero no tuvo éxito.
Ya adulta, Virginia habló públicamente del abuso sexual al que sus medios hermanos la habían sometido desde niña, especialmente después de la muerte de uno de ellos, George. Y si bien, esto no se ha comprobado, su biógrafo más importante que era sus sobrino y su hermana lo han corroborado, en especial ésta última, quien dice haber sufrido la misma situación. Esto no se considera como la cusa de su desequilibrio, pues su hermana nunca presentó síntomas de depresión o de locura, a pesar de haber compartido esta terrible situación.
Dentro de sus obras más importantes pueden mencionarse: «Night and day» (la noche y el día), «Jacob´s room» (1922-La habitación de Jacob), «Orlando», «Mrs. Dalloway», «The common reader» (Un lector común), «To the lighthoese» (Al faro), «The years» (Los años) y «Betwen acts» (su última novela iniciada al estallar la Segunda Guerra Mundial), y la cual rechazó categóricamente antes de suicidarse.
En todos sus textos, ella logró hacer una gran ruptura con la literatura tradicional, desarrolló la técnica del monólogo interior, la fragmentación y el trabajo con varios personajes principales, por lo que su aporte a la literatura moderna es invaluable, comparado con el de James Joyce y Marcel proust (considerados ambos padres de la literatura moderna), además claro de haber sistematizado en sus conferencias, ensayos y novelas el pensamiento crítico y formal que buscaba y justificaba la igualdad de la mujer.
Virginia Woolf, escribió dos cartas de despedida -una para su hermana y otra para su marido-, y se dejó llevar por la corriente del río hasta ahogarse.
[Diario de El Bolson BW]
Leave a Reply