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La probable falta de abastecimiento eléctrico ha obligado a la economía chilena a convivir entre la incertidumbre y la urgente búsqueda de soluciones para salir del crítico escenario. Frente a esto, el mercado local ha cifrado sus esperanzas en los proyectos hidroeléctricos que la filial de Endesa en Chile iniciará en la Patagonia chilena (XI Región de Aisén al sur del país) y que contemplan un aporte del 15% a la oferta eléctrica. ¿El problema?, es que implica utilizar recursos hídricos que forman parte del patrimonio cultural y turístico del país. El impacto ambiental que conlleva la construcción de las cinco centrales hidroeléctricas y la red de alto voltaje que servirá para transmitir dicha energía, han propiciado un debate en torno a lo que es verdaderamente prioritario hoy: salir de la coyuntura o preservar el ecosistema.
Sin duda, la construcción de la central hidroeléctrica Ralco en la región chilena del Bío-Bío, marcó un antes y un después en el desarrollo económico del país. La potencia del proyecto de Endesa Chile significó un importante aporte, que equivalió al 9% del suministro eléctrico nacional. Pero, durante su implementación se produjo un conflicto de tal magnitud entre la población indígena de la zona -que sería desplazada- y la compañía, que el movimiento ecologista Grupo de Acción por el Bío-Bío junto a la ONG Instituto de Ecología Política se organizaron para impedir la concresión de la obra.
En 1997 la Comisión Nacional del Medio Ambiente (CONAMA) dio luz verde al proyecto de Ralco, «y a partir de ese año las acciones judiciales, atentados incendiarios y violentas protestas por parte de los indígenas pehuenches se tornaron habituales. Finalmente en 2004, éstos cedieron y permutaron las últimas 50 hectáreas que impedían el llenado del embalse», detalla el profesor Aarón T.
Napadensky, Arquitecto de la Universidad del Bío-Bío y especialista en Asentamientos Humanos y Territorio de la Cepal, en su estudio «Impactos territoriales del crecimiento económico; infraestructuras de generación eléctrica».
El proyecto de Endesa en la Patagonia
Hoy Endesa Chile junto a la empresa eléctrica local Colbún S.A, preparan el levantamiento de cinco nuevas hidroeléctricas en la Patagonia chilena. Se trata de dos centrales en el río Pascua, otras dos en el río Baker y una quinta en el río Del Salto. Este megaproyecto implicará una inversión estimada de 2.400 millones de dólares y una potencia de 2.430 MW, que se traducirá en un aporte del 15% a la generación eléctrica del país. Las firmas prevén la entrega del estudio de impacto ambiental a la CONAMA en el transcurso de este año, con el objetivo de que la infraestructura esté operativa en 2013.
El nuevo prospecto no contempla el desplazamiento de familias indígenas, pero la población del sector ha alzado la voz para alertar sobre sus negativas repercusiones ambientales. Cabe destacar que la región es una de las menos contaminadas del país y reconocida internacionalmente por sus paisajes naturales, la pesca deportiva y sus torrentosos ríos. Incluso, se creó la Agrupación de Defensores del Espíritu de la Patagonia, conformada principalmente por ambientalistas, empresarios, políticos y comunidad local.
Sin embargo, la actual emergencia energética por la que atraviesa Chile, marcada por mínimas cuotas de gas natural argentino, el alto coste que ha significado reemplazar el hidrocarburo por diesel y la actual sequía, han hecho que los anunciados cortes del suministro eléctrico sean una realidad durante 2008. Ante este escenario, el mercado apunta al proyecto en la Patagonia como una inversión necesaria y viable.
¿Representa esta coyuntura el ocaso del desarrollo sustentable en el país?, ¿la iniciativa verde pierde popularidad frente a la urgencia de maximizar los beneficios energéticos?
La impopularidad del movimiento ecológico
Ernesto Fontaine, profesor del Instituto de Economía de la Pontificia Universidad Católica de Chile, afirma que «el desarrollo de este programa hidroeléctrico -Patagonia- debe continuar, minimizando todos los costes ambientales». Pero, ¿cómo se hace para compatibilizar estos dos aspectos en el Chile de hoy?
José Miguel Sánchez reconoce que, «aunque se incorporen todas las medidas de resguardo, igualmente habrá un impacto ambiental negativo». En consecuencia, la prioridad es salir de la urgencia energética, ante lo cual el desarrollo sustentable pierde fuerza volviéndose impopular, declara Guillermo Bilancio, profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibáñez.
«Cualquier medida que hoy apunte a incrementar la oferta de energía es más popular y genera más votos que la iniciativa ecológica. El problema es que lo que hoy es popular puede transformarse en una situación impopular en los próximos años», grafica el académico. Y destaca que, por muy complejo que sea, hay que buscar un equilibrio para que las decisiones de infraestructura no se transformen en una deuda ecológica a largo plazo.
El problema de fondo, según grafica Guillermo Bilancio, es que «la actual mentalidad cortoplazista que caracteriza al sector empresarial del país -al margen de la emergencia energética- ha gatillado una carrera por lograr la rentabilidad a corto plazo, obviando su responsabilidad social empresarial». Éste, es un factor que explica en gran medida la coyuntura que estamos viviendo, asegura el académico, y «una materia en la que Chile tiene mucho camino aún por recorrer».
El impacto de las infraestructuras hidroeléctricas
Aarón T. Napadensky rescata en su investigación que las centrales hidroeléctricas -de generación, transmisión y distribución-, figuran entre las infraestructuras de servicios que ofrecen mayor aporte productivo al crecimiento económico. Pero, advierte que éstas tienen un impacto sobre el ecosistema, que puede ser alto o bajo, dependiendo de sus características.
«Hay dos tipos de centrales: las de contención o embalse, y las de pasada. Las primeras tienen un alto impacto en el territorio, inundan grandes superficies, cambian radicalmente el caudal de los ríos, alteran el ecosistema local y pauperizan los recursos paisajísticos. Tal ha sido el caso de las centrales hidroeléctricas de Rapel, Colbun, El Toro, Pehuenche, Pangue y Ralco. No obstante, brindan una alta productividad energética», describe el académico.
Asimismo, Napadensky especifica que las centrales de pasada –sin embalse- tienen un impacto moderado, no alteran en gran medida los caudales y no necesitan inundar grandes superficies. «Pero, su productividad energética es comparativamente mucho menor a las del primer tipo», concluye.
El proyecto hidroeléctrico en la Patagonia contempla centrales de embalse, pero José Miguel Sánchez defiende este prospecto, asegurando que ha sido modificado para minimizar sus efectos ambientales. «El diseño original ha sufrido una serie de cambios para mitigar el impacto sobre el ecosistema, y de hecho, las dos centrales en el Río Baker hoy son más bien de pasada que de embalse, lo que implica que se va a inundar una superficie bastante menor que lo que se pretendía en un principio».
En opinión del académico, el punto más preocupante del megaproyecto de Endesa no reside en las cinco hidroeléctricas a construir, sino que en el levantamiento de la línea de transmisión que servirá para conectar a estas centrales con el SIC –una red de alto voltaje de 2.000 kilómetros de largo, que atravesará cinco parques nacionales y dos reservas de vida silvestre-.
Beneficios energéticos versus desarrollo sustentable
Juan Pablo Muñoz, profesor de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, apoya la iniciativa en la Patagonia ya que a su juicio, viene a satisfacer una gran necesidad en el país. «El actual desarrollo económico exige la construcción de nuevas centrales hidroeléctricas, porque éstas proveen una energía limpia y económica, y considerando que la demanda se duplicará en 2020, es una de las formas más eficientes de asegurar el suministro para los próximos años».
El académico enfatiza, además, que Chile cuenta con importantes ventajas comparativas en la producción de hidroelectricidad, gracias a su experiencia y a la gran cantidad de recursos hídricos, agregando que «tampoco hay que olvidar otros impactos positivos que puede generar este megaproyecto, como la creación de más empleo».
Coincidente es la visión de José Miguel Sánchez, profesor del Instituto de Economía de la Pontificia Universidad Católica de Chile, quien señala que «el país necesita incorporar alrededor de 300 MW de potencia al año como mínimo, y en este sentido, el levantamiento de hidroeléctricas en la región de Aisén es de primera importancia, sobretodo si en Chile aún no se considera válida la energía nuclear y los aportes de fuentes alternativas como la eólica, son mínimos».
Alvaro Espejo, académico de la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibáñez, plantea un enfoque totalmente opuesto. «El proyecto en la Patagonia responde a una mentalidad del siglo pasado, que sólo busca la maximización de las utilidades sin pensar en las consecuencias. Es una irresponsabilidad destruir una zona única en el mundo -ríos y bosques- que pueden marcar el futuro turístico de Chile, con el único propósito de producir energía a bajo coste durante unos cuantos años».
De igual forma, el profesor argumenta que el turista que visita Chile -especialmente el europeo y el estadounidense- busca paisajes vírgenes, experiencias extremas y ecoturismo, «y eso es justamente lo que ofrece la Patagonia y ahora está en riesgo de desaparecer», sentencia.
El salvavidas que arroja la hidroelectricidad
Las características de clima, suelo y topografía han hecho del recurso hídrico la principal fuente de energía eléctrica en Chile. No obstante, los racionamientos de 1998 -producto de una intensa sequía- pusieron en evidencia la fragilidad del Sistema Interconectado Central (SIC) -matriz energética local-, como un sistema poco diversificado y basado fundamentalmente en el recurso hídrico, explica Aarón T. Napadensky en su citada investigación. «Ello motivó al gobierno de la época y a la empresa privada, a diversificar la oferta eléctrica, estableciendo el tratado gasífero con Argentina. De aquí en adelante el gas natural jugaría un importante rol en el crecimiento económico de Chile, abaratando los costes», acota el académico. En 2003, cerca del 60% de la generación eléctrica del SIC provenía del gas natural.
Pero, la bonanza duró poco; en 2004 la autoridad trasandina determinó restricciones a los envíos del hidrocarburo, y en 2007 las centrales eléctricas se vieron obligadas a sustituir el gas por el diesel, disparando sus costes de producción. Dicha alza de precios fue traspasada al consumidor final, quien hoy paga un 30% más por su consumo per cápita.
Si a lo anterior sumamos la reciente decisión de la mandataria argentina, Cristina Fernández de Kirchner, de subir los impuestos a las reducidas exportaciones de gas natural, y las escasas lluvias caídas a la fecha en el país -dejando a algunos embalses que alimentan al SIC en un nivel preocupante-, el actual panorama energético ha sembrado altos niveles de incertidumbre en la economía chilena.
Sin embargo, la industria local parece haber visto la luz al final del túnel, potenciando la construcción de nuevas infraestructuras hidroeléctricas y aprovechando los caudalosos ríos al sur del país; una medida que implica utilizar parte del patrimonio cultural y turístico del país.
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