(Viene de: Patagonia, diario de viaje: El Chalten parte 2, por Diego Mur) El último día del año amaneció como el anterior, cubierto, pero al menos no había lluvia. El Fitz Roy desapareció nuevamente detrás de las nubes. Esta vez tocaba acercarse a otro de los lugares míticos de la zona: la Laguna Torre, a los pies de esa increíble aguja que es el Cerro Torre, que desafía todas las leyes de la gravedad.
Dato: Laguna Torre, Subiendo un pequeño morro, comienza esta caminata, que demanda aproximadamente tres horas. Es un sendero descansado, no tiene tantas curvas, se camina por bosques (en algunas partes) y montaña. Para acampar, el lugar permitido es Briedwell que se encuentra ubicado en un sitio ideal. Laguna Torre nace en el Cerro del mismo nombre, lugar realmente acogedor para el viajero que lo visita. El sendero continúa hasta el campamento Base Maestri.
El camino era igual de espectacular que el día anterior. Tardamos 2 horas en llegar al Campamento Bridwell, cerca de la Laguna Torre. Una frágil pasarela permite cruzar el río para acercarse al glaciar Torre, pero para cruzarlo es necesario al menos un arnés.
Desde aquí organizan circuitos de trekking por el glaciar Torre, incluyendo clases de escalada en hielo, pero los circuitos duran todo el día, y es necesario pasar 2 noches durmiendo en el campamento.
Desde el campamento, una subida de 20 minutos lo deja al borde de la Laguna Torre. Esos 20 minutos no son fáciles, el viento glacial es muy fuerte y casi nos impidió llegar a la pequeña colina que domina la laguna. Al llegar al borde, vimos perfectamente el lugar donde «debería» estar el Cerro Torre, pero solo se veía un cielo blanco en su lugar.
Contemplamos la laguna, llena de pequeños icebergs, justo el tiempo que el viento nos permitió estar allí. Bajamos al campamento y comimos allí. Después, vuelta a El Chaltén. ¿Nos tendríamos que marchar de aquí sin poder ver esta montaña? Sabemos que es bastante frecuente el hecho de que no se deje ver durante varios días.
Poco antes de llegar a El Chaltén, a la altura del río Las Vueltas, pudimos observar un grupo de caballos cruzando a nado las frías aguas del río. La imagen fue espectacular.
Al llegar al pueblo, entramos en el bar El Muro, reconocible por el muro de escalada que han preparado en el exterior de una de sus paredes. El ambiente y la música dentro son buenos. Vimos que esa noche organizaban una cena de fin de año y reservamos.
A última hora de la tarde, empezó la lluvia de nuevo. El tiempo no estaba como para vestirse de gala e ir de gira por los pubs. Aquí no hay aceras, hay charcos por todas partes y solo te puedes resguardar de la lluvia en los bares. El traje oficial de fin de año en El Chaltén, en pleno verano austral, es la chaqueta de Gore-Tex y el forro polar…
A las 8 de la tarde tocó la primera “nochevieja”, la de aquí, así que llamamos para felicitar el nuevo año a la familia. En El Chaltén no había cobertura, ni teléfonos móviles. Para llamar hay que ir a los locutorios.
Fuimos a uno de los pequeños locutorios privados. A esa hora varios europeos hacían cola. Por fin nos llegó el turno.
Fuimos a cenar, en el bar donde habían puesto bastantes mesas y todas estaban llenas. “Pasaremos toda la cena de Nochevieja, hasta las 12 de la noche, con música de Pink Floyd.”
El menú: entremeses varios, parrilla y degustación de postres, vino y champaña (chilena). Nos cobraron por cabeza, todo incluido. La carne está buenísima, la mejor que comimos en toda Argentina. A las 12 de la noche, la única celebración es el cambio de música, y poco a poco todo el mundo se levanta a felicitar a los vecinos de mesa. Qué lío de idiomas!. Unos cuantos tragos más, practicamos un poco las muchas lenguas que se hablaban en ese momento en el bar y poco más tarde de la una nos vamos a dormir.
Continuará mañana en Patagonia, diario de viaje: El Chalten parte 4…
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